Guille_Rod

Infiel.

Las cenizas del muerto
se esparcen en la bruma del mar,
cómo era su deseo.


Murió un día Jueves, cinco de Octubre,
¿alguien supo algo de él y de su muerte?
¿Cómo sucedió?
¿Qué enfermedad le aquejaba?
¿Alguien lo asesinó?
¿Quién?


El oleaje
escucho las súplicas
de este viajero errante
y
contestó.
Más el viajero calló.


Una sombra fantasmagórica
debe morir
para darle vida
a

un

hombre.


Los peces y el agua salada devoraron
lo que un día
fue cuerpo.


Más ese día Jueves,
5 de Octubre,
nadie murió.


Había muerto antes,
mucho antes.


En el llanto de una madre,
en la pasión de una amante,
en el corazón roto de una niña.

El viajero contempló hacia el mar,
en la orilla,
admirando el ocaso.


Había un niño jugando en la arena,
con sus amigos.


Se estremeció.


El calor de la tarde
le besaba el rostro.


Joven, moreno, melancólico.


Los niños voltearon a verle, y,
con los ojos cerrados,
contemplaba la dorada tarde
adornada de perlas nubes.


El viajero desconocido
abrió sus ojos, y, entonces,
el iris castaño los irradió.


Cómo en un reflejo,
la vida del hombre y los niños
se fusionó.


Uno,
reviviendo a sus muertos,
los otros,
tiernamente jugando,
en la inocente etapa
primigenia de la vida.


¡Oh, vida!


¡Vida mía!