Diego Nicolás García Contreras

Atañe (6)

Los lugares con techos amplios son mis favoritos para flotar;
Vuelo con los pies hasta aburrirme de todas las perspectivas.

Luego lleno de agua los cuadrados construidos hasta que solo queda mi nariz respirando.
Nado hasta el tapón, lo abro y salgo expulsado a aguas de colores.
Lo raro es que al final salgo descolorido, como en blanco y negro, y me seco rápidamente con el sol de dos ojos. 

Allí en todas las rejas hay unos loros mordelones que intentan comer mis manos que pasan durmiendose por cada barrote, fierro tras fierro tomando las tonalidades de cada patio.
Si pierdo el ritmo y sucumbo al miedo, las aves me mascan las manos y de mis heridas aparecen plantas secas que vuelan hasta el mar.

Se tornán cada vez más azules por el frío.
Al final, flotan y flotan, pero no se mojan y cuando se aburren se sumergen aún secas mientras cualquier pulpo bosteza.

A veces caen en mi cabeza hechas gotas cafés mientras espero la llegada del día hincado como una gárgola en cualquier viga de hormigón.