Hay cierto grado de dolor en las costillas
para el que cualquiera se merece
que alguien te baje de tu propia cruz
sacándote los clavos aunque duela
y sangrar en el regazo cálido de una madre.
Dejar de aparecer desnuda y sola,
con los ojos vestidos de luto,
huérfana en los espejos que no mienten
y ojalá mintieran
tanto como tú
les mientes cuando te cuentas
conjuros de amores eternos,
mentiras que escribes cuando nieva
en el frágil hielo que te muestra
tu rostro hinchado en el espejo.
Mentir al cristal nunca fue tan sencillo
como mentir a la vida,
echar el corazón en una hoguera,
y mentir a los demás,
y mentir a los poemas
y reírte sin parar
y reírte
y ser feliz
porque sabes
que tanto como te rías
vas a llorarlo, y la vida
que dicen que da muchas vueltas
es más bien una espiral
y se lo acabará cobrando todo sonriendo.