Diego Nicolás García Contreras

Odre (6)

A veces tuve que enterrar mi destierro.

Soterrar mi desierto.

Aterrar al sol con mi desazón, y hundirlo en mi silencio de luna roja.

Yo no sé que más decir. 

Estoy mal, debo buscar ayuda. 

Acudir a mi centro médico,

al de mi interior hacia afuera.

Pedir un préstamo... 

Solo algunos días en esa habitación blanca serán necesarios para establecerme,
otra vez como tantos días,
salir de lo funesto.

Hacer lo que detesto por algunas monedas,  asustar a algunos, animar a pocos.

Y contemplarme en el asiento de mi núcleo,

girando en una silla roja,

pasando por todos los elementos.

Lo vivo, lo muerto, aquello que muerdo.

Y ser el que quiso dar un espectáculo mirando un papel mal interpretado.

Como conformado con resultado adverso.
Finalmente, se contagian las emociones,
Bajo el escenario sigo girando,
conmocionado, invisible.

Mi papel protagónico lo tomó un supuesto actor estrafalario;

Mago de ideas, de extremidades atado.

Malabarista de las orbes más impactantes,

Show de fuego.

Intención de los amantes.

Y se ríe de mi, mi ego;

Aplaude con la ironía del maestro del misterio, 

llora mi corazón mientras me desenredo.

Veo al universo tan inmenso, tan inmerso... 

Tan capaz como yo, tan apartado.

Como aquel que grita en la butaca y se retuerce en carcajadas delirantes. 

Porque leyó cada una de mis promesas, y ahora las tacha. 

Hizo lo imposible por apartarme de todos los corazones,

motor esencial de mi ruedo, clamor que apaga las luces

Rayando lo onírico.

Necesito la emoción, no lo discuto; 

beber de su compañia y compararme eternamente con el farsante maquillado que hoy acude a mi entierro.

Al desdoblamiento de mi fantasía que solo busca los latidos de tu corazón abierto,

dispuesto a el estímulo de mi figura.