Sucedió pues, la meta de una vida había sido alcanzada, lograrse a sí mismo y poder apreciarse plantado en una camilla. Maquinalmente, había pasado su vida analizando y copiando cada partícula de su ser con el propósito de plagiarse e imprimirse en el fiambre que haría sus veces. Los detalles sobran, hemos de ignorar los medios y remitirnos a los resultados. Tras un fulminante chispazo el hálito inconfundible de la vida emanó de sus fauces, luego el pálpito empezó a marcar el ritmo, aunado al súbito presentimiento de desconfianza por la existencia que tan de gratis se le había dado, un poco de movimiento por aquí y finalmente una cegadora claridad hurtó para sí la primera impresión de su mundo.
Aquella vez entre la penumbra las miradas temblaban como exhortando al soslayo, pero ocurre que las primeras y verdaderas impresiones sobre sí mismo suelen hacer eso.
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La comunidad científica hacía tiempo había quitado los ojos de aquel maníaco cuya praxis contrariaba directamente las tesis del oficio y cuyos frecuentes desvaríos en los cuales interactuaba como si de una materia física se tratara con lo que llamaba \"conocimiento propio\", habían acabado por recluirle en su laboratorio, y de ahí no se decantaba por excepción más que al oficio del hurto de cadáveres para saciar más de un menester.
Aquí siempre sobra uno, decía para... ¿para quién más si no para él mismo?
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Había esperado ser un complemento ideal de sí mismo, aquella mano derecha que siempre tuvo pero ahora podría apreciarla desde otro ángulo, sin embargo muchas cuestiones quedaron fuera de todo cálculo y al poco tiempo la doble mirada que acaso no haya sido realmente ninguna llegó al punto del hartazgo. Desde la eléctrica descarga de vida al primer diálogo se sabía plasmado entero en su creación, fue un mismo pensamiento y un mismo caos sin salida, empezaba a temer de sí y de una soledad más exacta y renovada que cualquier otra, poco a poco se iban deshaciendo entre axiomáticas realidades y tristísimas cavilaciones, siempre en definitiva, muy condescendientes.
Todo aquello y poco menos fue suscitado.
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Pasaron los años y no habían terminado de concebirse, era atosigadora la partícipe presencia de ambos en el laboratorio, no volvieron a ahogarse las huellas ni los viejos e igualmente insípidos proyectos por el polvo a razón del ya gastado doble paso, pero a su vez cada vez más herrumbrado y remoto parecía el propósito de su yo. ¿Y acaso era posible una idea propia en este contexto? fuera de la exactitud de las ciencias nunca se llegó a una, ni por díscola o prófuga que se entendiese, no quedaba más que un ser irreflexivo que podía contemplarse a cabalidad, desde el sumo instinto hasta su infructuoso andar por la vida, se sabía real, palpable, pero inútilmente ansiosa empezaba a extinguirse aquella vida.
No había más de sí en ese análogo sentir y asumir.
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Uno suele desecharse más veces de las que creería a lo largo de la vida y al mirar todos los motivos de la acción se puede comprender que fue necesario. Aquel ente no hizo más que el último esfuerzo por volver al laboratorio, al de siempre, aunque él no era el mismo y sólo quedaba averiguar en qué momento de su existencia falló la ecuación.