J.R.Infante

Treinta quejidos

Comenzaron las cabinas
a tragar dosis de
esperanza.

—Tal era mi entereza.

Palabras, suspiros, quejas,
entablaron singular
duelo
por la subterránea red
de intrincados
hilos.

Pobre de mí —pensé—,
en algún lugar lejano,
olvidado y tenebroso,
reposarán los restos
de treinta quejidos
de amor.

¿Treinta?

¡Sí! Treinta instantes
de una vida
nacida para plasmar
los sentimientos en
papel.

De nada sirven disculpas,
de nada sirven falacias;

treinta gritos lanzo
al cielo y treinta
veces se ensancha
la profunda grieta
del costado.

¡Oh, nívea Temis!

Si eres justa, atiende
esta voz temblorosa
que araña desgarradora
pidiendo algo más
que palabras rastreras,
serpenteantes e innobles.