El otro yo

Dos Evas

Cinco sentidos alrededor de una mesa embriagándose para no someterse a pudor alguno, copas y copas sirviéndose para ser antesala de una fiesta para dos. Nada hasta ese instante era cierto, pero aceptando sin palabras tomo su mano  temblorosa y la condujo a la habitación a oscuras que sería testigo del sudor y placer de dos cuerpos envueltos en pasión.

Imponente y sensual la miraba desde el otro lado, la desnudaba con la mirada y se acercaba sigilosa al cuerpo amante y amado. La besó por primera vez, la amada tímida le respondió. Usó su lengua, volvió a besarla, le mordió los labios, esta vez con menos timidez. Empezó a percibir como se aceleraba su respiración, las manos que antes apenas si rozaban su cintura empezaron a reconocerla de a poco, empezaron a apretarla junto a su cuerpo. Se separó por un instante y vió como venía a ella en busca de más, entonces se lo dió.

Quería tomarse el tiempo de prender fuego por dentro a su amada amante, quería que explotara de pasión por ella, que se volviera loca por un poco de su cuerpo, de su sexo. Comenzó a quitarle la ropa, prenda a prenda, mientras la miraba a los ojos extasiada por aquella desnudez que tantas veces deseó. Recorrió centímetro a centímetro esa figura suave, febril y sucumbió a su esencia. Eran dos Evas descubriendo el paraíso

La amada amante ya encendida y con puro instinto de piel a piel siguió todos los caminos a su maestra, descendió hasta el centro y fue descubriendo el sabor oculto, relamiéndose los labios entre las pausas que le daba al fuego en su interior. Compenetradas en su mayor estado pudieron volar juntas hasta el clímax más sincero y más profundo en toda su extensión. Sin ojos señaladores de moral se dejaron ser a placer una de la otra una y otra vez.

Eran dos Evas entre el fuego del infierno y el paraíso.