José Luis Barrientos León

Carta a mi madre, ha dos años de tu partida

 

Preñada de vida llegaste al mundo. Preñada de amor nos amaste.

Jamás logramos despedirnos como quisiéramos madre mía, aunque la verdad tan solo es una quimera, no puede existir la despedida perfecta, el adiós deseado.

Así lo escribía hace un par de años en un poema que intentaba regalarte, un tímido intento por escribir un libro, que terminó más bien en un puñado de papeles, sin letras, lleno de renglones en blanco, añorando un abrazo. 

Nunca la estrofa sustituirá tu ternura o el sentimiento que producían tus brazos y tus sonrisas.

El verbo tan solo ha logrado llevarme en estos dos años al lugar del corazón, en donde las memorias se convierten en imágenes y los recuerdos en vivencias.

Aun siento tus pequeñas manos acariciando mi frente, aún siento la suavidad de tus canas cuando acariciaba tu cabeza.

No hay mejor poema que esas vivencias atesoradas en el alma. El espíritu transportándose a un mundo surrealista del que no quisiéramos salir nunca.  Esperando con cierto desconsuelo que llegue el día en que nos unamos de nuevo y el surrealismo se convierta en ota realidad.

Espéranos ahí en tus recuerdos madre mía, espérame ahí entre tus sueños, como lo hacías todas las tardes.

Un día llegaré y veremos juntos la montaña, contemplaremos la mañana y las dalias de tu jardín. Cantará el ave y la lluvia mojara la greda, brotando aquel aroma de campo anegado, como en la casa de la abuela.

Espérame ahí entre tus sueños, entre tus bendiciones y cantos

Definitivamente creo estar sentenciado a aquietarme en tu entraña, a encontrar en tu memoria la paz y el sosiego.

Creo que aquel momento de agonía se mantendrá en mi existir por siempre, para recordar tu voz, para repasar tus letras transformadas en sonidos de amor y entrega.

 

Te cuento madre mía, que en estos dos años, miro constantemente al cielo, como añorando tu regreso, creyendo que quizá estés de vuelta cuando la luna regrese.

Y que, al contemplar esa luna  nueva de cada noche, quizá pueda abrir los brazos para partir al crepúsculo unidos en un abrazo.

Se que te miro cada día, porque el amor no necesita figuras para contemplar, porque el amor no necesita de las pupilas para mirar, porque el amor solo busca el alma y el espíritu para habitar. Esa fue tu gran lección madre mía.

Se que no morirá mi corazón bajo los crueles halcones del olvido.  Que no me borrare en tus pupilas bellas y esperanzadas como lienzos de creador.

Se que me mantendré junto a ti y al ave en el bosque de nubes. Ahí donde habita tu espíritu ahora, ahí donde nos uniremos algun dia de nuevo.

 No morirá tu imagen junto a mí en el regazo de la vida, en el arrullo del alma

No morirás jamás Doña Mita.

Espéranos. Nos encontraremos pronto