Margarita García Alonso

Oficio buzo

 

Dos líneas corren juntas,

en el fondo de mi pecho:

la batahola de navíos hundidos,

y los amigos muertos

sobre mástiles doblegados

por manchas de sardina.

 

La furia de la arenilla,

el agua turbia remolina

las patas de rana

con que nado

suspendida al barco

 

-no hay tierra, la tierra la perdí

en el 1992 cuando zarpé

   en la fragancia de Francia-

 

Decían que la primavera en Europa

transforma en inmoral.

 

Mi cara bajo el azote de algas,

cortada por el filamento de medusas

filtra oxígeno en la impureza,

se hunde en el fango de desperdicios.

En ese pantano profundo del mar

arranco el pasto,

podría dejar de respirar

podría recoger reliquias,

la pieza que ha perdido figura,

la droga de inmensidad.

 

Podría cortar el tubo de oxígeno

azularme en el descenso,

jamás remontar.

 

Tengo experiencia

en praderas acuáticas

la cadera de mi madre

procreaba fina tela de seda

para que aumentara mi vanidad:

ojo, pelo, dedos, nariz, boca,

sexo, espantosa raja

con un hueco de hembra

que nacerá al amanecer.

 

Podéis decirlo, no me ahogué,

pero no soporto más.

 

Me he ido arrancando postillas,

debilité el hilo de los siglos

 

como un pez de escama solar

asciendo a la luz,

 

y ya ven, otro aniversario,

otro texto, otro segundo de

mal respirar cruje

como papel de arroz.

 

Un punto inexacto en medio

de la latitud cero

junto a una plaga de desertores,

expuestos en un museo

de cigüeñas disecadas

sobre ilegibles nidos de cemento.

 

Continente de mojones

con dirección equivocada,

                en medio de la nada.

 

 

de El centeno que corta el aire, Betania, Madrid, 2013