Alberto Escobar

Habítate

 

La indecisión
del remolino.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

No hay soledades
si te habitas de ti mismo.
Convérsate.

 

 

 

 

 

 

 


Ayer me decías que tu soledad
te llevó de puerto en puerto
en tu larga singladura.
Que te caíste tanta veces
como te levantaste,
y en cada caída se abría
bajo tus rodillas un abismo
insondable.
Que te prendiste del amor
como un clavo ardiendo
se prende de una quimera.
Que la soledad era más fuerte
que el amor, más perentoria,
más importante, que este error
de concepto fue pica
que hondoneó en tu desdicha.
Que el tiempo pesaba tanto
sobre tus tiernos hombros
que tus pilares no se bastaron
para sellar la boca a la palabra fracaso.
Me afirmabas que huir de la soledad
es tanto como huir de tu propia sombra,
que es la cara de una moneda
que no concibe abandonar su cruz,
que es una vestimenta tan usada
que renuncia dejarse de su piel,
que es una desnudez que desdeña ropaje.
Me llorabas que la soledad te sigue
a donde vayas, aun con otra alma
orlando tu senda.
Tengo que de la soledad ser amigo,
me decías entre lágrimas de vitriolo,
aunque su amistad no quiera.