Ben-.

La arena del río-.

 

Volví a la arena
donde nos desvestimos,
cuidadosamente, como
prefiriendo, no satisfacer
el peligroso instante de
confrontar nuestros cuerpos.
Anclados en una larga agonía,
la madurez se nos había echado
encima, con su particular
retahíla de exámenes inconclusos
y movimientos desesperados.
El cuerpo en sí, es una larga agonía,
pensábamos. Admiramos en otros,
lo que otros poseían: adustez, sonrisa
permeable, ironía o una incipiente adolescencia.
Ahora, nuestros cuerpos, duermen tímidamente
las siestas prolongadas, el cubo de metal
de las obligaciones, nos acecha escrupuloso,
y los horizontes reservados a la molicie
no planean sobre nuestro asediado eje.
Nos contaminamos, amor, de vertederos:
de sangres violetas, y de estúpidos y corroídos,
aunque venerables, conocimientos.
La lluvia cae afuera; nuestros estilos
divergentes, ofrecen una cara oscura
a su momentánea paz.
Y abrigamos, como en lo profundo del mar,
una ecuestre misiva que nunca
nos devolvemos.

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