Christian Alondra

El odiar también mata

Sentí como fui muriendo de a poco.
La primera sucedió hace años, sin retorno.
Después de que él metió su mano
y traté de resistirme en vano.
Y no se detuvo hasta haberla introducido, 
para después haber huido,
sin dejar rastros ni un testigo.

 

Yo estaba ebria,
tal vez fue mi culpa,
seguramente lo era.
Pero le pedí, con todo el dolor de mi alma,
que parara, que sacara su palma.
Y jamás lo hizo.
Ya nadie puede argumentarme:
\"Ella quizo...\"

 

La segunda la recuerdo
imborrable en mi memoria.
Éramos mi madre y yo,
paseando a nuestras mascotas,
y escondido, detrás de los árboles,
nos llamó un hombre en tapabocas.

 

\"Voy a venirme, voy a venirme\", repitió él,
al tiempo que sacudió su mano por debajo.
Se masturbó, No le costó trabajo.
Y yo quedé petrificada,
con la sangre helada.
Mis pulmones en colapso
y mi corazón paralizado.

 

Él me despojó de mi inocencia,
de mi ganas de querer volver a ver
 un hombre desnudo
en lo que me restase de existencia.

 

Ahí morí, no una, sino dos veces:
Una por el miedo y la incapacidad de moverme.
Si mi madre no hubiese estado
y no lo hubiese insultado,
él sobre mí se habría abalanzado.
Estoy segura que me habría violado.

 

Y yo, aterrada, no me habría movido,
no habría gritado,
ni siquiera habría luchado.

¿Será que eso me convierte en cómplice en lugar de víctima?

 

Morí dos veces, como dije:
En la segunda,
ya refugiada a salvo en casa,
morí de furia, ira, rabia.
Deseé volver a topármelo,
Y haber gritado.
Decirle que era un cerdo
y que se iría al infierno.

 

Les odié tanto. El odio aún me mata...