lazaro sosa cruz

AL FINAL LO QUE SOBRA SON ESTOS FARSANTES.

 

 

Lo más raro y a la vez difícil a la hora de escribir es saber el lugar que uno puede ocupar en la vida de otros.

 

No recuerdo a quien se lo leí en una ocasión pero ese alguien escribió que al final uno casi llega a convertirse en lo que lee y es por ello que con el tiempo uno se vuelve selectivo, marca la distancia que hay entre lo que lee y a quienes leen si en un momento dado descubre y confirma a ese o esos individuos que, casi desde la niñez aún inocente, acaban siendo personas nefastas expandiendo su baba dañina aún en lo que escriben. La realidad imperante – guste o no, se acepte o no -, dice y confirma que la diversidad solo permite diferencias que estén en conformidad con el sistema imperante e impuesto, insisto: guste o no, se acepte o no. La cuestión entonces está en querer y saber elegir qué lees y a quienes rechazar de cuajo y de manera tajante antes de que todo ese mal hedor que se transmite en ciertos espacios concretos de la Red te envuelva y acabe haciéndote parte del problema.

Una gran mayoría de las personas que escriben en los foros de la Red casi por lo general apenas tienen algo o nada serio que decir, escribir, transmitir; me refiero al hecho cierto de verdades relevantes; algo que afecte positivamente al resto o a una parte importante de la sociedad y es así porque muchos, la inmensa mayoría, no creen en la gente; no creen en los demás y no creen en lo que ellos mismos escriben y al final el tiempo confirma que no creen ni en ellos mismo y solo necesitan verse y sentirse mirados, leídos, ver y contabilizar cuantas personas han visitado lo que escriben incluso después de hacer el pertinente aviso a sus allegados de que ha publicado; así ocurre también que se crea ese estado de apariencia, falsa, en que el primer engañado es la persona misma que escribe cuando descubre que es capaz de arrastrar a otras muchas personas a su mismo estado de soledad, de aburrimiento, de hipocresía que incluye esconder a los demás sus propias carencias. El farsante que decide un día escribir, porque lo descubre casi siempre por casualidad, no ignora que no sabe transmitir lo que realmente quiere y desea, así, tarde o temprano, en público o en privado, lo reconoce aunque no lo acepte; lo sabe y maldice su incapacidad, sus recelos hacia esos otros a los que leen y trata de parecerse y es por ello que necesitan urgentemente rodearse de aduladores, personas que, sin saberlo, les engañan haciéndole saber de sus “virtudes” supuestamente literarias y que al final no son sino amarguras y frustraciones que desde la niñez, y seguramente que por maltrato, arrastran.

Procuro alejarme de esta pobre gente, de sus amistades incluso, de los que les consienten mediante continuos comentarios y alabanzas su escritura la mayoría de las veces repetitiva, pobre e incluso absurda porque nada nuevo dice a los que de verdad buscamos algo que nos aporte más de lo que ya otros antes nos han enseñado. Al final lo que sobran son estos farsantes.

Lázaro.