andrea barbaranelli

Mi vieja carcasa

 

Estoy lo más bien apegado

a esta mi vieja carcasa,

quizá por costumbre

o quizá por amor.

 

En realidad, la costumbre

es un amor dilatado en el tiempo

y por su parte el amor

es el comienzo de una costumbre.

 

Mi carcasa es muy bien digna

de un amor prolongado,

estirado hasta su límite,

y casi desmemoriado.

 

Esta mi vieja carcasa

me ha sido fiel de por vida,

hasta ahora no me ha engañado

aunque yo lo merecería.

 

Me le quedo pegado pues

por gratidud y también porque

no puedo prescindir de ella.

Es raro cómo interactuamos.

 

La observo y la controlo,

no le quito la vista de encima

por el miedo de que, de golpe,

pueda cabrearse y me deje.

 

Sería de veras muy triste

encontrarme de pronto a oscuras,

perder la memoria de todo,

dejado fuera del mundo.

 

Puedo solo imaginar

lo que me acontecería.

Mi carcasa rodeada

por amigos y parientes

 

incrédulos pero conscientes

de que una comunión se ha acabado,

de que llegó la que disuelve

los amores más tenaces.

 

En este momento observo

la agilidad de su mano

mientras escribe estas letras

con la pluma entre los dedos,

 

y como siempre me asombra

esa amalgama de físico

y de inmaterial, de simbólico

que se realiza en sus gestos.

 

Ella también me considera,

supongo yo, con sus ojos,

córnea, niña, cristalino,

iris, retina, nervio óptico

 

directamente enlazado

con el cerebro donde yo

se supone que me encuentre

en mi cabina de mando.

 

Ella también quizá me observe

mientras la miro en el espejo;

se estará haciendo preguntas,

quizá cuáles, acerca de mí,

 

como yo me planteo problemas

sobre la presencia y la esencia

de esta carcasa a cuyo destino

estoy irremediablemente atado.