andrea barbaranelli

El sicario

 

El sicario afinó la puntería

con despreocupación,

con calma,

a sus anchas,

sobrándole el tiempo para hacerlo.

No tenía ninguna prisa.

Observó y volvió a observar la víctima

como un cazador profesional.

Afinó la puntería durante meses y años,

aunque pueda parecer increíble.

Sospecho

que haya afinado la puntería

desde antes de que la víctima naciera.

Previó

las sucesivas transformaciones

de ese cuerpo escogido entre miles,

y estuvo esperando,

con paciencia,

que los órganos de su cuerpo se formaran,

crecieran,

se desarrollaran,

llegaran a la madurez,

que la víctima estuviera a punto

de realizar sus sueños

y así se volviera una presa

a la que tronchar futuro y sueños,

una presa por eso especialmente apetecible.

Él afinó la puntería,

el sicario,

con una determinación

fría y distante como

la de la culebra cuando acecha un ratón.

Estudió dónde pegarle,

el punto preciso

donde clavar la bala,

sin dejar nada al azar.

Afinó la puntería y disparó.

 

Ahora estamos luchando

para sanar la herida,

pero él, el sicario,

sabe que ha dado

un golpe

mortal,

o, a lo mejor, lo ignora

como en realidad ignoraba

las cualidades de su víctima,

su manera de sentir y pensar,

de relacionarse con los otros,

sus emociones,

su particular forma de amar

que solo era suya,

su sonrisa,

su manera de atusarse el pelo,

de agachar la cabeza escuchando una música.

 

Somos nosotros los que le atribuimos,

al sicario,

una conciencia

de lo que produce su acto.

Pero el sicario

ha realizado su encargo

mortal sin tener

la menor idea de lo que es

la muerte,

de lo que es

la vida.

Solo nosotros los mortales lo sabemos.