La seguí por la senda de laureles
y mi sombra su sombra perseguía;
parecían románticos rondeles
los reflejos del sol, que se extinguía.
Al llegar al dintel de su morada
la abracé de manera lujuriosa;
y me dijo, con voz apasionada:
¡Hoy seré entre tus brazos mariposa!
Me cegaron los rayos luminosos
que manaban la luz de sus pupilas;
despedían anhelos tempestuosos
como lagos con aguas intranquilas.
¡Y con dulce jadeo en sus alientos
sacudía de mi alma sus cimientos!
Autor: Aníbal Rodríguez.