Zoraya M. Rodríguez

**~Novela Corta - Las Manos en el Piano - Parte IV~**

Y aquella mujer seguía hablando con el caballero, el cual ella lo notó un buen hombre y de la vida feliz. La toma por la mano muy caballerosamente y respetuosamente, era la vez de bailar ese bolero que a él y a ella le encantaba. El pianista con sus manos siempre en el piano, limpias, y pulcras como siempre, en el recuerdo que hoy lleva de su máxima profesión. Pues, él, siempre, con el temor a ser expulsado de su trabajo, o sea, botado, pues, siempre llevaba consigo una toallita húmeda con olor a perfume para limpiarse y secarse las manos. La mujer, continúa bailando el bolero que él compuso, cuando llegó del frío camino hacia la plaza, donde lo encuentra a él, a el pianista de la juventud, qué casualidad, la canción la cual decía así…

 

                “...La Sol Fa, ay, el frío camino, el delirio mío, valiente mujer que se atreve a cruzar tal cual frío camino, ay, qué delirio el mío, el de tener que amarte, fuerte mujer, La Sol Fa…”,

 

La mujer se excita por demás de la cuenta, pues, el caballero la toma por la cintura y se pone del color rojo como el de un tomate. El pianista la observa y le entran unos celos incontrolables, por esa mujer que apenas conocía, pero, que llevaba más tiempo de lo inusual en el bar bohémico para llegar a amar y conocerla muy bien. El pianista, ¡ay, del pianista!, con sus manos siempre en el piano, con sus manos siempre a entregar ternura, y caricias como acariciaba cada tecla blanca y negra de aquel piano que le dió y dejó mucho de qué comer y dinero y de sobra. Un joven, apuesto, soltero, con una composición de autoría suya, nada más que suya, y que por delante tenía un futuro sin precedente hacia la cúspide universal y todo con su más fiel instrumento: el piano. Aquella mujer lo consiguió, enamorar, al pianista, pues, ella, era una mujer también hermosa, de cabellos largos, y de cintura pequeña, y expedía un olor natural a yogourt, y eso a él y a la mayoría de los hombres, pues, les fascina. La mujer continúo bailando con el guapo caballero, maduro, un hombre de edad, pero, muy respetuoso.

 

El pianista, él, “el pianista de la juventud”, de seguro, será el más comentado cuando le entreguen su premio al mejor compositor del año por la canción del año. Se siente feliz, extasiado, pero, no cansado, ni con la carga pesada que lleva en sus hombros. Pues, ser el pianista del bar bohémico era una gran obligación y responsabilidad, asistir siempre o todas las noches a tocar sus melodías más sonadas en aquel piano clásico y romántico donde todo mundo entonaba al mismo son de bolero.

 

El pianista mira a aquella mujer bailando con ese hombre, que le hizo sentir esos celos de hombre enamorado. Pero, no acabó ahí, la sensación de aquel baile en la pista del bar bohémico, sino que sucumbió en trance todo aquello, pues, el caballero la invitó a salir a la plaza. Y ella que lo acepta, pues, estaba sola y hablar con alguien le hacía bien salir de ese total encierro del bar que la alojó. Y acabó su canción melódica, pues, era ese bolero, que compuso al llegar la muchacha del frío camino. Cuando buscó con la mirada a la mujer, de la cual, se dió de cuenta de que estaba enamorado de ella, ella, yá se había alejado del bar bohémico con ese hombre que ella ni conocía en la plaza, y, la plaza estaba llena de mucha  gente y no la pudo hallar. Aquel sentimiento quedó como hoja al viento, volando como un ave en el mar, buscando donde descansar sus alas, o como aquel desierto donde no había ni cantimplora o aquel frío camino el cual era tan difícil de cruzar y saber qué había allá, después de cruzar. Y nunca más la volvió a ver, pues, se dijo muchas vertientes de cómo esa mujer llegó al bar bohémico diciendo que había cruzado el frío camino, aquel que nadie podía cruzar. Y se dijo que, que el cielo está sin poder alcanzar, y todo porque el pianista quedó sin amor, sin pasión, cuando más se dió de cuenta que sí la amaba y quería permanecer con ella hasta el fin de sus días. Pero, alguien se la llevó lejos de él, “del pianista de la juventud” y del bar bohémico y, más aún, de aquella plaza, la cual lo había acogido como el pianista más real y consistente y lo mejor con sus manos limpias de todo error, de toda suciedad y más de mugre entre las uñas. Pero, no era más ni menos, pues, lo más malo se había de venir encima. Llamaron hasta a la policía y refirió el caso a gente desaparecida. Cuando el oficial indagó e investigó, les dijo, que fue una muchacha de hacía ciento veinte años que cruzó el camino, y que había quedado tan fría como la nieve y que se había desangrado al llegar a la plaza por tanto frío. O sea, que era un fantasma que nadie ni nadie podía ver ni mirar, sólo él, “el pianista de la juventud”. Él, no se enteró jamás, de que la muchacha era un fantasma y que la policía seguía el rastro de ella, pues, no era mala sino un fantasma que muchos la ven y otros que no la pueden ver, por el mero hecho, de ser un fantasma de un frío camino, el cual nadie podía cruzar ni con la mirada, mucho menos con los pies. Y el pianista con la esperanza siempre dispuesta a esperar por ella. Pues, se había enamorado de ella. Y quería ser el hombre que ella siempre esperaría. Pero, no, yá había pasado más de una semana y media, y no apareció la mujer, aquella mujer que le dijo a él a “el pianista de la juventud” que lo había cruzado el frío camino y que le prometió a su padre y a su familia y a todos que regresaría a ellos.

 

Era otra noche en el bar bohémico de la plaza. El pianista estaba melancólico, triste y abandonado por otra mujer que se fue y que lo dejó frío como aquel camino frío. Y era ella la mujer del camino, la que llegó y como llegó así se fue. Y fue como el delirio, o como el frío lo que sintió y presintió el pianista, sí él, “el pianista de la juventud”. Y quedó solo con su melancólica tristeza, casi en en un ademán taciturno. Y quiso ser como el fuego, pero sabía que la lluvia estaba ahí, para apagar todo ese calor y más aún ese fuego condescendiente que sólo él podía percibir desde muy adentro, desde su propio interior. Él, sabía que el ciego, es el peor, que quiere ver más de lo normal, y el sordo igual, y el manco también y el tuerto quiere ver al igual que el ciego. Y no había tiempo ni sosiego ni desolación que lo tranquilizara. Pues, el amor, no sólo quiso ser como la pasión, pues, fue así, como un tormento que no se electrizó en la piel, ni mucho menos en el corazón perdido de temores y ansiedades. Sólo quiso ser como el sol, pero, la lluvia impidió todo el calor y por demás, sentir el calor dentro de su propio pecho. Y así fue, como fue, el amar sin sentido y sin ella, la amada saber que él la amaba. Cuando se cosecha una idea, solamente una satisfacción, en el amor, y fue quererla a ella, a la mujer del frío camino. Que llegó sin nada y sin nada se fue. Pues, esperó por ella tanto tiempo, que sólo el ocaso fue testigo de sus amores cuando llegó la noche perdida, de ambiciones crueles como entonar aquellas canciones de triste melancolía. Cuando sólo quiso ser como el silencio, callar lo que le pertenecía a él. Pues, el pianista joven, atractivo y jovial, sólo quería hallar el amor, pero, la desdicha siempre en su camino. Y todo mundo sabía aquello que le atormentó un amor como el de aquella mujer. Pero, sólo quedó como cómplice de un amor veraniego, cuando el calor sólo halló lo que ocurrió en un sólo delirio como el frío de aquel frío camino. Y fue como el cielo en ese momento y entonó una bella melodía en nombre de esa mujer que apenas conocía, pero, que la amaba con todo el corazón. Y la improvisó y la cantó así…

 

          “... Fa Sol Mim, mujer dónde estará tu corazón, pues, me dejaste sin razón, y yo quedé aquí contra el viento, corriendo por tu voz y tu piel, Fa Sol Mim…”,

 

Y entonó la canción, pues, miró el reflejo de luz, con un sonido gritando a voces, lo que desnudó en la piel, una sensual obsesión por esa mujer. Y todos sabían de la verdad que era un fantasma de hacía más de ciento veinte años. Pero, él, la amaba, y quiso ser como el sol, o aquella luz, que desparramaba sobre el brillo de aquel piano. Y sus manos siempre sobre el piano. Limpias, y dispuestas a tocar cualquier canción, y más aún de su propia autoría. Y se fue por el rincón secreto de la soledad, cuando él, “el pianista de la juventud”, la recordó a ella, a la mujer de sus sueños sin saber de la verdad que era un frío fantasma, que cruzó aquel camino hacía más de ciento veinte años atrás. La policía yá sabía de la leyenda y claro del por qué de cruzar el camino frío de la sola soledad de la mujer. Y todo mundo también lo sabía, menos él, “el pianista de la juventud”. Era un fantasma verdadero, y tan real, como aquel sol, que él miraba desde el fondo de su corazón. ¿Cómo no amar a esa mujer?, decía él, el pianista.       

           

Continuará………………………………………………………..