Zoraya M. Rodríguez

**~Novela Corta - Las Manos en el Piano - Parte I~**

Iba y venía siempre con las manos limpias, pulcras, con brillo y con las uñas bien arregladas, o sea, cortas. Él, siempre se decía, “un pianista debe de ser limpio”. A ese bar, él lo llamaba por otro nombre, o sea, como el “barcito”, dicha palabra que ni conjugando aparece en el diccionario. Pero, él, se  sentía a gusto diciendo así. Él, iba dispuesto a matar a quien sea, hasta a su propio jefe del bar. Había practicado en su casa aquella melodía entre las notas del “Sol, Fa y Lam”, para que no se le olvidara tocar la melodía intacta, limpia, y ordenada en aquel bar. Los clientes comenzaron a dar señales de su inquietante sed. Y, por consiguiente, comenzaron a descifrar su inquietud por el alcohol. Entró al bar, esa noche con todo su equipaje en mano, y por supuesto con el piano. Sus manos claras, limpias, y en orden, apuntaban a ser el escándalo más comentado en el bar. Yá era hora de tocar la melodía que decía así…

 

                   “.... Sol La Fa Mim, ella siempre hermosa, tan hermosa como la rosa, cándida mujer y de cálido corazón, que se atreve a desafiar el camino y el andar, Sol La Fa Mim….”,

 

El hombre bohémico y apasionado no le cantaba a nadie, ni a aquella ingrata mujer que se fue de su lado dejando su corazón roto y helado. Pero, siempre dispuesto a desafiar la vida si era preciso, pues, a veces dormía junto a la mesera. “El pianista de la juventud”, así comenzaron a llamarle, y a dar fama de pianista bohémico. El bar se llenaba más, cuando pasaban las horas de la madrugada. Y se cantó y se bailó hasta hacer del bar uno tan clásico como aquel piano que él tocaba con sus propias manos de seda. Y la entonación le salió muy bien, pues, las notas las había practicado muy bien. No era nada de escándalos, ni de alborotos, era un pianista clásico y de moda también, siempre a la vanguardia de todo. Y él, el pianista con las manos sobre el piano, tocaba más y más a fondo sus melodías y canciones que eran el encanto de la gente en el bar bohémico. Y sucumbió en trance todo aquello que le hizo revivir la edad de oro entre sus melodías más maravillosas. Y era él, “el pianista de la juventud”, el que todos querían que le tocara una canción clásica.

 

Y pasa la noche a expensas de la sola soledad, en cuanto, al marcharse para su hogar. el silencio tragaba la paz en el camino. Y en el camino se encuentra a Pedro, el vecino de él, le comenta que viene una tormenta que se prepare y abastezca, pues, es muy fuerte es como un ciclón. Y queda atrapado entre la ventana y la puerta de su dormitorio, pero, siempre con las manos en el piano. Cantó y tocó lo que se debió de haber entregado en cuerpo y alma a la música y tan clásica como él mismo. Pues, determinó a conciencia pasar la tormenta tocando su instrumento más favorito: el piano. El pianista con las manos en el piano. Y sucmbió en un sólo percance, y fue zona cero la destrucción total del ciclón a cuestas del paso de la tormenta. Y todo se destruyó. Cuando es ordenado todo y todos se ayudan mutuamente, pues, su lugar de trabajo quedó maltrecho y desolado, con las ventanas rotas y las mesas inundadas. Y quedó sin trabajo el pianista. Pero, ahí, no terminó todo. Él, se las ingenió de todo para traer el sustento a su mesa. Pues, iba y venía, con su piano en mano, mientras que el pueblo se levantaba y decide cantar en la plaza del pueblo. Él, “el pianista de la juventud”, se dedica en cuerpo y alma a tocar el piano. En el mismo lugar en que casi lo perdió todo, en la esquina donde él trabajaba. Así, se dedicó en esa esquina laborar y más con su instrumento: el piano. Él hace ésta melodía con su piano…



                 “.... Lam Mi Lam el que tiene oro, lo tiene todo, pues, mi oro fue como un tesoro, ahora, no hay más que un triste jamás en el recuerdo cuando no sé y olvido, Lam Mi Lam…”,

 

Pues, entonó esa canción con su piano y su melodiosa voz, en alusión a la tormenta que cayó en su pueblo. Pues, se olvidó de todo, en cuanto el reflejo de su voz con aquellas notas que supieron dar y entonar aquella canción. Aquella tarde fue buena, pues le dejó paz, tranquilidad y una nueva canción que luego compuso y por supuesto dinero. El pianista se encuentra a una banda de “rock”, pues, le ofrecen un trabajo como pianista, y todo porque les gustó como tocaba su piano, pero, él descartó la idea, pues, él era clásico y no de “rock”, como todos ellos. Cuando se sentó en su silla, y prosiguió su aventura de tocar y entonar su canción en piano. Y la cual decía así…



           “...Sol Fa La, la vida es como la herida tan profunda, pero, sana con la sal de todo un mar, pues, es como la locura que en tortura se viste la vida...Sol Fa La…”,

 

Y prosiguió con su piano, pues, cantó con voz fuerte y muy afinada, como lo requería la melodía. Y todo mundo creyó en él, pues, era “el pianista de la juventud”, y no dejó de tocar por la noche, ni por la lluvia que amenazaba con destruir todo. Tomó su micrófono y cantó a todo lo que da. Pues, en la noche se abasteció de soledad y la soledad con él, se durmió la alegría y con la lluvia llegó la triste soledad a entonar una canción en soledad y clásica como lo era él, sí, él. Él, estaba melódico, abrumante y taciturno, en medio de aquella plaza, en la cual, le hicieron coro y muchos bailaron el bolero. El cual decía así…

 

               “....La Mim Fa, la soledad llegó con el frío de la noche, sí, cariño mío, juntos los dos formaremos el sol en nuestra noche de eterna soledad, sí, cariño mío, con la luz en nuestra mirada de amor...La Mim Fa…”,

 

Y fue la explosión de la noche cuando al cantar ese bolero, todos los presentes estaban enamorados de tal canción y de aquél pianista que cantaba allí. Quedaron atónitos los que se dieron cita allí, en aquella plaza. Cuando de pronto, se quedó solo en su mundo inerte como aquella canción. Y volvió a retomar entre sus manos el piano clásico, y sí, que la cantó en voz baja y sucumbió en trance todo aquello. Era un viernes en aquella plaza, cuando la cantó. Entre aquellas notas de La Mim Fa, en entonación de bolero, suave, delicado y clásico. Cuando se debió de enfrentar a una cruda realidad yá era tarde, aquella noche en que se aventuró la canción. Y se sintió feliz, pues, logró lo que nunca, obtener más ganancias que con su antiguo trabajo. Y se fue para su hogar, pues, quiso ser tan feliz y lo logró, pues, su canción se enfrentó a lo trivial y no a lo común y corriente. Aquel bar, poco a poco, volvió a ser como antes. Y él, “el pianista de la juventud”, sí, y quiso volver a su sitial en aquel bar bohémico, pues, tenía muchas amistades buenas y no tan buenas. Y se fue por donde sale el sol, cuando en una madrugada salió de aquel bar bohémico. Y se encuentra con su vecino Pedro, y éste le cuenta de su problema, que no tenía pan qué comer, pues, por la tormenta cerró el negocio donde laboró por tanto tiempo. Él, como había trabajado y hasta horas demás, tenía lo suficiente para dar de su pan a Pedro y así lo hizo, lo ayudó. Y él, siempre con las manos en el piano. Entonaba y cantaba más y más. Y así lo hizo más y más, y llegó a ser el más aclamado e inesperado pianista clásico del bar bohémico de aquella plaza. Siempre perfumado y arreglado, y con sus manos limpias de toda suciedad. E iba y venía con su piano siempre acostumbrado en un maletín gris entre aquellas manos limpias. Y se tornaba denso el trayecto en ir y venir, pues, cargaba todo a mano. Su delicada finura casi lo revela ante un ser tan humano como lo era él, “el pianista de la juventud”. Sí, era homosexual, pero, eso no le impedía nunca ser lo que quiso ser. Un pianista y clásico. Y gritó a viva voz en el alma que pertenecía al cielo y más a los pianistas celestiales en un sólo hombre: Dios, como los ángeles del mismo cielo. Y quiso ser como el sol, dar calor hasta no soportar. Cuando fue al bar bohémico y entonó lo que descubrió, aquel bolero que le fascinó y que más sintió su alma volar de aquella jaula que se llama cuerpo. Y la cantó sí, hubo gente que le hizo coro, cuando la interpretó, y todo porque era su clásico más maravilloso. Era el pianista limpio, limpio de corazón y de unas manos que le dieron mucho de comer. El reflejo de aquel rostro sobre el brillo del piano, le decía en el bar bohémico que sí era él, “el pianista de la juventud” que le dió un total triunfo tan seguro como el haber tocado su bolero más escuchado. Pero, no se quedó ahí ni así, y quiso más y más. Y escribió otro bolero y fue éste en medio de los presentes que se hallaban allí. Que decía así…

 

                   “... Do Sol Fa, la gente nos mira, qué caramba tienen que mirar, si yo te amo a tí, y tú a mí, contra viento y marea voy por tí hasta el final de mis días, Do Sol Fa…”,

 

Y prosiguió la canción, el pianista del bar bohémico, que quiso ser como un Mozart o un Beethoven. Tan clásico o exacto como un Rodin con sus esculturas. Cuando perfeccionó su ademán frío sobre aquellas teclas blancas y negras en sus manos corpulentas de hombre y pianista. Y se dedicó en cuerpo y en alma a su piano. A su pareja de ambiente en el bar bohémico sin extrañar cada nota, cada arpegio y cada acorde y lo mejor recordando paso a paso lo que significa cada nota del piano. Y perfeccionó más y más sus clases de piano cuando sólo fue un niño. Y que quiso ser como un gran pianista cuando creciera y, así, lo fue. El pianista sólo quiso ser como el arte de entregar sus manos encima de aquellas teclas blancas y negras. Como lo hicieron los grandes pianistas que dejaron un legado profundo entre aquel piano clásico. Y lo tocó y más aún palpó todo aquello que era un piano. Solamente quiso ser extraño cuando una nota no cuadraba entre sus manos. Era la realidad más fantasiosa que aquel pianista tenía. Cuando sólo faltaba perfeccionar algo y era su adicción hacia aquellas teclas. Y, ¿lo logró?, pues sí. El pianista se declaró como todo héroe contemporáneo de aquel romanticismo y clasicismo. Y, más aún, autor, de aquellos boleros que sólo los celos de un buen escritor envidiaría. El pianista del siglo de oro, ha vuelto a revivir aquellos boleros que se han perdido casi la existencia clásica de la música actual. Y en el bar bohémico cede a una anti pasada existencia. Cuando sólo discurre el sol, como preámbulo de un sol, del cual, no sale hasta el amanecer. Y el pianista lo sabía y muy bien. Y todo porque iba y venía con el sol apenas amaneciendo.

 

Era otro día más en la vida del pianista, otro sol nuevo, se decía él. Cuando en la noche a penas iba y venía, contra todo aquello que se debatía al instante. Y logró soportar todo, cuando en la noche logró olvidar todo lo que por el día no podía. Sus deudas, su hogar, sus pertenencias, y hasta a sus perros. Logró descifrar lo que quiso con el piano. Aprendió y aprendió de todo. Cuando sólo se escuchaban las notas, los arpegios y los acordes entre aquel piano. Y sólo buscó lo que fue olvidar a través de esas melodías que se atrevieron a desafiar lo clásico y el romanticismo. Cuando sólo fue el deseo de ver el cielo en aquellas letras y como el cielo de día y oscuro de noche, entre las teclas blancas y negras. Y miró el horizonte y fue como un ir y venir de aquella infancia. Cuando, él, miraba el horizonte al lado de su padre. Cuando la furia no calmó su imponente voz. Y logró todo lo que desde niño quería. Ser un pianista. y a lo clásico, recordando esos boleros de sus padres. Y cantó aquel bolero cuando llegó la noche en el bar bohémico, la que yá había cantado. Y que decía así…

 

            “....La Mim Fa, la soledad llegó con el frío de la noche, sí, cariño mío, juntos los dos formaremos el sol en nuestra noche de eterna soledad, sí, cariño mío, con la luz en nuestra mirada de amor...La Mim Fa…”,

              

Y todo mundo le hizo coro, cuando entonó la triste melodía de aquella soledad, pero, del alma. Y quiso ser el pianista con dolor, con penas y agonías, y hasta lloró, por la cruel melodía que entonó esa noche. Entonces, decidió ir y venir, más seguido al bar a practicar aquellas melodías que amaba tanto y con el corazón. Y se encuentra con Pedro cuando en ese ir y venir y le indica que yá está un poco mejor. El pianista joven y atractivo, todavía no encuentra mujer u hombre alguno en su vida secular pasada o presente, más no se sabe futuro. Y volvió, otra noche, cuando su cuerpo y mente estaban cansadas, pero, sus manos no al tocar el clásico piano. Sus manos limpias, formidables para la ejecución del instrumento estaban dispuestas a entregarlo todo. Desde el alma, el coraje, el corazón y más, cuando en lo imposible se debe de tentar el alma y no a las manos en el piano y saber que el destino estará siempre allí, buscando lo que el tiempo deja una sola razón para vivir y poder trabajar y con esas mismas manos que dejaron huellas en el mismo piano. Y volvió al bar bohémico, excéntrico con sus compañeros de trabajo, y escribió una nueva canción, la cual decía así…

 

           “... Fa# Dom# Si7, si la lluvia cae y empapa a mi bendita piel, por qué no son tus besos, que tienen el sabor que me arrancas de raíz, si te atreves estarías aquí amándome aún más, Fa# Dom# Si7…”,

 

Fue una balada muy bella dedicada a la noche copiosa de lluvia en la plaza. Y una mujer un poco extraña entra al lugar corriendo y de muy a prisa. Él, se dirige a ella, pues, la vé inocentemente triste, pues, traía consigo problemas como todo mundo. La sintió temblar las manos, él, la tomó por las manos y le dijo… -“ay, si estás tiritando de frío”-, le colocó su chaqueta y abriga aquello que se llama mujer y que él no creía en una mujer por el mero hecho de ser homosexual. Y ella le cuenta su historia que fue ésta…

 

Continuará…………………………………………………………..