Julio Noel

A Antonio Machado

Una blanca mañana de mayo habló conmigo

cuando el bello rostro de una rosa contemplaba:

¿Recuerdas —me dijo— aquellos lejanos años

de ensueño y felicidad de tu primera infancia,

cuando el cielo azul hervía en todo su esplendor

y el paradisíaco valle en silencio se hallaba,

cuando de glaucos aromas y cárdenos colores

se cubría por entero toda la montaña,

cuando una sinfonía polícroma de flores

sonorizaba de acordes el campo esmeralda,

cuando un sinnúmero de pajarillos cantores

con sus dulces melodías tu alma deleitaba,

cuando las porfiadas y diligentes abejas

el dorado néctar a la colmena llevaban,

cuando los tornasolados y evasivos peces

veloces volaban entre las aguas plateadas,

cuando el aura matutina con sus verdes labios

las risueñas hojas de los álamos besaba,

cuando los albinos cúmulos del cielo añil

tus felices sueños entre algodones acunaban?

Yo no recuerdo, dulce mañana, los lejanos

años que separan el ahora de mis dolores

de mi tierna infancia, ni las cárdenas montañas

ni el cielo azul ni la policromía de flores

ni las laboriosas abejas ni los huidizos

peces ni el aura ni los pajarillos cantores.

De mi infancia sólo quedan vaporosos sueños

que me desvelan en las interminables noches,

por donde se evade mi exaltada fantasía

para olvidarme de mis penas y sinsabores.