Alberto Escobar

La Jacaranda

 

Llora un rocío malva
en el pálido acero
de la rinconada.

 

 

 

 

 

 

 

Sorpresas de niñez color violáceo
vienen de nuevo a olerme.
Alfombra de apoteosis perfuman
mis pasos, que apenas saben andar.
Mayean las jacarandas, el cerúleo
del cielo se eclipsa, se achanta.
Pies que beben de la ambrosía
que sus flores postradas dejan,
Arcadia que de espléndida
se jacta ante tanta amenaza.
No en vano el desierto apremia,
(Sevilla tiene un calor especial,
dice la canción).

Mi camino mañanero hoy se viste
de fiesta, tapiz azul violáceo bajo
mis pies lanza, mis recuerdos se
disparan de cuando apenas niño
me atreví a calles extrañas.
Era una tarde, cálida, lenta y de espaldas
a mis mayores la aventura me trincó las
entrañas hasta la inmensidad del semáforo
que ladeaba la Jacaranda.
Una confusión de pitos, de colores hirieron
mi tierna guadaña, apenas el miedo
despertó a la Parca, pero pudo más la
intensa luz, la luz nueva de la Jacaranda.
No sé cómo volví, se borró de mi memoria
o nunca estuvo, más bien, solo recuerdo
ese azul violáceo que se instalaba novedoso
entre mis bastones ojipláticos.
Aún reina en su reino, que es solo una esquina
cualquiera, a veces paso y allí sigue esperándome,
desnuda de gala.
En invierno duerme en lo profundo de un
misterio, en agosto agostada y seca, y en
primavera, en mayo, vestida de zambra.