El otro yo

Todos los caminos conducen a Roma

Al amor de mi herida,

al que apunta al cielo desde el infierno,

el que hurga en los demonios ancestros,

los que me poseen antes que él,

al que combina luces y sombras

que funde el metálico beso escarlata

de Judas, bajo una almohada inconsciente

de canas en el pelo, de sexo

y asexuada tertulia.

Al que dice una lengua sucia

y no la saca, y no la usa, y no me toca,

al que siente en los dedos la arena

de una confesión oscura, obnubilada

por un sol que quema y no alumbra.

Un amor que escupe culpas,

un amor perro que arrastra excusas 

a una cama para exiliar esta fe de erratas

y de errar siempre el botón de la camisa.

Siempre ha sido Roma y no el amor,

yo la presa, yo la carcelera, yo el diablo,

yo el ángel, yo luz, yo sombra, yo...

Roma, otra vez Roma.