Eric Angulo García

La bailarina

La bailarina, erguida su espalda, se levantó

bordeando la cuenca de mi pecho desnudo.

Apenas pude sentir su rostro girar hacia mí,

deseando mis besos, tomándome las manos,

apretándome la piel contra su piel descalza.

Pude sentir sus cabellos, espumosos y finos,

casi excitados también conmigo y con ella.

 

Tomé el camino más lento hacia el infierno,

besándole los párpados, la cola, las sienes.

Ella arqueó su sexo, anticipando mi música,

y el ritmo le gimoteó la sangre, hervida ya

de tantas palabras o tantos silencios dichos.

Aquella era la canción que esperaba, lo sé,

y era, también, la bailarina que yo desubría.

 

A esa bailarina le canto en cada noche febril,

dedicándole la estrofa de un amor perdido.

Soy un buzo en las aguas del recuerdo aquél,

de tus ojos negruzcos como mar profundo

que hierve incesante mi piel enamorada...

¡Y que anuda a mi pecho un amor sin igual!