Zoraya M. Rodríguez

**~Las Rejas del Sol - Novela Corta - Parte III~**

Cuando leyó este pasaje en el libro, deliró su raciocinio más y más. Cuando recordó cuando estudió las diferentes lenguas que logró aprender, y se dijo…-”Il mio presenza questo e il mio cuore”, que traducido al español decía, -“en mi presencia está el corazón”. Que sí estaba su corazón. Cuando vió el reloj, yá eran las 10:30 de la noche. No se cansó de leer el libro, pues, le quedaba tiempo y de sobra. Faltaba cinco días para el juicio. Ella en su afán quedó quieta, tranquila, sosegada, yá sabía el final de la historia de su propia novela de vida. Y creyó por un instante, ser libre, pero, el momento en que creyó, fue mínimo. Y la sola soledad y el silencio hicieron de lo suyo, esa noche tan fría. Durmió media hora, lo suficiente para decir que descansó. Y recordó cuando era la muchacha de ojos claros. Cuando en aquel café logró lo que nunca. Trabajar. Y tener un sustento. Y en aquel café diurno, ¿fue feliz?, pues no lo realmente, pero, tampoco era infeliz. Quiso ser como todas las muchachas del barrio, pero, no fue ella la atracción, la buena, la inocente de todo y por supuesto a la que todos querían mucho o demasiado. Fue casi real, imperceptible en aquel momento, dió un salto y ¡zás! a expensas de lo que sabía en qué terminar. Y sabía que era una verdadera asesina, y que por razón, se tenía que entregar en cuerpo y alma a las autoridades. Aquel jueves lo planeó todo, lo edificó y lo perpetró. Y lo hizo viral, más aún, entre las redes sociales. Y quiso exactamente ser eso, una asesina, pero con distinción, y a diferencias de las demás, ser culta y con educación, y que no se le saliera por la boca la mala vida que había tenido antes de lo sucedido. Fue aquel trago de aquel jueves a merced del viento, del alcohol y de la vena ardiente que tenía en aquel instante. Cuando el hombre se le avalancha encima por una camorra mal nacida, mal estructurada, pero, bien evidenciada. Y ella, una mujer, una sola mujer, con ese hombre, y no quiso ver aquella puerta de cristal ni de vidrio que soslayó en aquel otro jueves, sino que ésta vez fue a mucho, iba directa, decidida y con una fuerza en que sólo ella tenía la fortaleza para lograr su cometido. Fue y será la envidia de muchas que como ella cayeron en el vil atraco de la inocencia maltrecha, desnuda y sin alma. Porque el alma y todo lo que tenía se lo vendió al mejor postor o al mismísimo diablo. Quería ser como todos o todas como ella, pero, no se pudo ser a conciencia. Ellas se disfrazaron de mujeres fuertes para poder soportar lo que hacían con su cuerpo y más, pero ella la muchacha de ojos claros que era ella no era fantasiosa ni irreal, ni disfrazada de algo que no quería ser ni iba a seguir siendo. Sólo le faltaba cinco días, era temprano tomó su desayuno en la prisión y reposó. Se fue a su habitación, aunque había taller no lo tomó, para su mejor funcionamiento para si algún día salía a la calle, pero ella sabía más o más que todos ahí, que no había salida ni alternativa. Era temprano como las 7:00 de la mañana. Y decidió abrir su libro, el libro tan filosófico y que le quedaba un poco más de la mitad por leer y aprender. Y así decía el libro...  



             “...si quieres llegar al éxito, sólo recuerda una sola cosa, que el éxito es augurio de lo que acontece y como subiste de peldaño, puedes caer y bajar de el, no querrás saber que el fuerte es débil cuando llora, y el débil es fuerte cuando lo supera todo en la vida, sólo date una confianza y caerás al suelo con tus alas quebradas o mojadas por el mismo sudor en que te levantaste…”,

 

Y se dijo una vez más. Sólo quédate en la infortuna prisión, ahí es donde tú y tu alma van de la mano. Y todo porque eres culpable. Como las mil atracciones de feria que algún día se convertirán las nubes en color rosa o azul o verde como el algodón de feria. Se decía, ella. Y en su candidez de inocente muchacha salió a rebuscar entre sus cosas y halló una vez un espejo y se miró con mil arrugas en el rostro. Y quiso ser esa mujer después de pasar los cien años en prisión o la cadena perpetua que le sentenció el juez. Porque yá iría a morir, yá estaba a pocos años en morir, en dejar para siempre ese cuerpo que había asesinado y que había sido dispuesto a cumplir la sentencia impuesta. Y sí, se vió en futuro, un futuro incierto, pero, más real que nunca. Y recordó una vez en la pobre vecindad en que había vivido y más en aquel vecindario de quinta como ella decía. Fue una mañana a trabajar en el café de la esquina, y salió de prisa, encontró al amor de su vida, cuando se tropezó con el joven por casualidades de la vida, él llevaba unos libros de la universidad. Y sí, él triunfó en los estudios, pues, permaneció intacto entre ellos. Cuando quiso ser más que aquella jovencita que daba el café a viejitos en el amanecer en aquella cafetería de pueblo. Y quiso triunfar, se preparó también a tomar cursos de cosmetología, lo que a ella le gustaba. Pero, llegó aquel cruel momento con el hombre que ella maldecía toda su vida. Y en la prisión estaba y a consecuencia de ese cruel, débil y vil acto, de asesinar su vida, y todo por su integridad, por su dignidad, y más aún perdió toda libertad a razón de hacer y realizar esa vil patraña de vindicta. Y se borró de su mente todo lo sucedido por un minuto y leyó en el libro algo que decía así…

 

                 “...si todo el mundo fuera igual, no creo que existiéramos, no todos somos capaces de ser feliz o de no serlo, sino que nuestro camino vá comenzando a abrir surcos de trigo, de semillas nuevas, que renacen y que son feraz como el nuevo viento, que en cada roce en la piel vá dejando un frío o un sólo calor, eso es lo que se siente cuando llega el verano o el invierno, ¿verdad?, pues así es la vida cuando pretendes vivir…”,

 

Ella, en su delirio de entregarse en cuerpo y alma a ese libro que leía, y que le gustaba leer. Quiso ser exactamente como el refrán, que dice “si una tuerca no enrosca, pues no es tuerca”, y ella, sabía que ella no encajaba allí como cuando llegó aquella noche fría del aquel jueves. O como aquella tuerca y que sería lo más prudente posible. Y se dió de cuenta que el rencor y el odio son pasajeros o para siempre. Y se recordó del libro de lo que decía, entre frío y el calor, y que era el vivir, pero, ¿para qué vivir?, si permanecía encerrada, no podía hacer cosa nueva, o algo nuevo, y vivir quedó en el olvido. No sentía nada, sólo satisfacción, complacencia, y un calor de excitación, que sólo ella podía sentir en el corazón. Yá su alma estaba curada, sanada y más aún estaba con tanta sensación. Las heridas de su mal corazón, yá estaban cicatrizadas, no se encontraba como un pajarito revoloteando en la jaula, por ser capturado. No, no, no, estaba consciente, sosegada, y fértil de deseos nuevos. Y en su cabeza una vil sentencia de sólo cinco días. Cuando sólo quería salir volando de allí, pero su alma, continuaba aprisionada, tan fría como la propia nieve, o como aquel invierno en que se hallaba, después de aquel jueves veraniego donde ocurrió todo lo relacionado a su caso. En cinco días era el juicio. Eran las 9: 00 de la mañana, y continuaba leyendo su libro y se decía que sólo sentía el frío de un invierno. Y, ¿qué era vivir?, pues, no tenía alternativas de sobrevivir y mucho menos en una prisión. Era buena, su excelencia no le quitaba mérito, era una cárcel de las más buenas, aunque tenía mala apariencia la prisión entre todos los libres, cuando pisó prisión no era como le habían contado algunos. Y estaba cansada de leer. Habló con su “amiga”; y, ¿quién tiene amigos en una prisión?, pues, nadie en verdad. Habló con ella, ese medio día, antes de cinco días para el juicio. Ella, la carcelaria le pregunta y tú, ¿por qué estás aquí?, ella le contestó es una historia muy larga, pero muy larga lo que viví, te la he de contar, porque sino te la cuento me ahogo en mi misma pudrición vengativa. Yo era una muchacha que servía el café en una cafetería en la esquina donde yo vivía. Un día se me acerca un hombre que yo creía que era bueno y amable y caballeroso. Que quería el bien para la cafetería. Un jueves fui a una fiesta dada por un boletín en la calle, y ése señor me tomó por el brazo y no dejó que entrara por la puerta de cristal o de vidrio que en aquella fiesta ocurría. Yo, solamente estaba vestida de princesa y quería sólo navegar por el tiempo, ser soñadora y viajar por el mundo, pero no tuve ni la idea a qué iba a esa fiesta, sólo quería conocer a un chico nuevo de la vecindad que creía que iba también a esa fiesta. Ése señor maloliente a alcohol y a cigarrillos, sólo me sacó de la fiesta, de donde yo quería pertenecer y ser feliz. Pero, sólo escuché que darían sus servicios, no sé qué servicios, sólo sé qué yo quería cruzar aquella puerta de cristal y ver que mi vida cambiara en algo nuevo. Pero, no, ni crucé ni pude ser feliz. Luego, en la cafetería le serví un café, yá en la cafetería no despedía ese olor a alcohol. Pero, en aquella tarde cuando rendí mis servicios en la cafetería, sólo quise brillar como una estrella de cine o algo así. Ése señor, me perseguía, más y más a gran sombra o luz, pero, creo que fueron las sombras ocultas de esa noche, tan fría, tan dolorosa, pero, mágica como las estrellas del mismo cielo. Escuché su voz, aquella noche en mi dormitorio, era su voz, como el relámpago de luz, o como la tormenta que se avecinaba, era su voz, era como el aire, que soplaba en contra la ventana, yo me levanté casi dormida, imperceptible, caí atormentada por la furia violenta de aquella noche. Una noche fría, tormentosa, irreal, como la costumbre de ser por el ojo visor de una mañana, en que creí no despertar jamás. Ése señor sabía todo sobre mí, desde mi infancia, y lo vociferaba a gran voz y trueno, despertando en mí la insolvencia, la impotencia de no hablar jamás como no pude ni podía. Aquella noche escuché su voz, en mi mente, sí, en mi mente, estaba dentro de mí, y no podía más sobrevivir en cierto modo. No estaba presente, pero, aún así, me perseguía de tal modo, que soslayó en penumbras de soledades mi vida y mi tiempo. Iba y venía de la cafetería hacia mi humilde hogar, joven, hermosa, con un futuro por delante, ¿un futuro?,

pero cuál, no tenía escapatoria, ése hombre sabía todo acerca de mí, me tenía acorralada, y atrapada en mí misma. No sabía por qué, ni tan siquiera un triste por qué, que después sería manera tan vil de sobrepasar una escala en mi vida. Era la muchacha de ojos claros. La que debía de tener un futuro hermoso, como las rosas o como los buenos perfumes, pero, sólo sentí el desprecio ajeno, el desamor y la incomprensión de algunos. Era mi vida, y no, la de ellos. Era mi manera de vivir, y no la de ellos. Aquella voz, me perseguía a gran sombra o luz, me perseguía a gran escala, era como un rastro en el mar. O como en el desierto una luna tan fría. Me seguía, y yo sabía que era para hacerme daño, o más aún causar algún daño, en mi vida, en mi vida. Y sí, que lo hizo. Yo sólo irrumpí en un destino que no sabía que deparaba. Si era feliz, o no, a nadie le importaba. Sólo aquella voz, crecía más y más, y en mis oídos, como tan absurdo es el momento, es el cáliz de un tormento, o a veces como la tormenta que encierra por dentro todo su dolor. Y sí, me llevó lejos de la realidad. Cuando supe dónde estaba, yá era demasiado tarde para un regreso sin fin. Aquél hombre, que dijo ser el dueño de mi alma y de mi corazón. Sólo fundió en dolor una vida, a toda una vida. De ensueños y sin un por qué. Desnudó mi cuerpo y de sensaciones, y quiso ser ése capaz de entregar algo, pero, no fue capaz de decir un te amo. O un frío desenlace en decir, -“me equivoqué, perdón”-, fue más allá de la relación, fue más allá de la complacencia, de lo natural y me llevó lejos, sí, sin tocar mi cuerpo ni mi alma, sólo con aquella voz, que me decía, que me hablaba y todo en mi propia mente. Y nadie sabía de ello, ni yo misma, hasta que un día, supe que era él, ése hombre de la cafetería que despedía un olor a alcohol y a cigarrillos. Si tan sólo, hubiera cruzado aquella puerta de cristal o de vidrio. ¿Hubiera cambiado mi vida o no?. Pero, la vida siempre empeñada en mí, como sino tuviera predestinado un futuro o toda una vida, sin consecuencias, sin una vida al lado de un buen hombre capaz de llevar a cabo una familia. Que pudiera saber qué es el amor tan verdadero, tan real, como lo vivido. Y, una noche al salir de la cafetería, yo sabía que alguien me perseguía, no era voz ni un animal callejero, era un hombre. Que predispuso toda su violencia en mí, en mi inocente cuerpo, en mi callada voz, que gritó y me dejó sórdida, letal y tan punzante como es la vida, a veces. Irrumpí en llanto y soslayo de penumbras de soledades sin terminar. Y me fui a mi hogar. Callada, huérfana de luz, pero, muerta de miedo y pavor, me dí un buen baño si el agua lo limpia todo. -“Si sólo falta cinco días para un juicio”-. Se decía ella. Estaba en prisión y todo era igual. Cuando soslayó en preguntas y sinsabores el tiempo. Cuando fingió un porvenir, pero, tan incierto como el ave es capaz de volar hacia su propio nido. Destruyó todo sin el más pormenor de los casos, sin advertir que sería seriamente enjuiciada y más aún, y saber que el juicio estaba pautado en sólo cinco días. Y que ella era culpable. Y se dijo una vez más, -“sí, yo lo hice”-, y lo perpetró, lo edificó, de tal manera que no se debe de hacer tentar a Dios ni mucho menos a sus ángeles. Le dijo mañana te sigo contando. Y encerró a su corazón a lo natural, a lo real, de aquella tarde sin sol, estaba entre las rejas del sol. En una sombra tan oscura, y perniciosa, que se debió de haber entregado en cuerpo y alma a su propio Dios y no lo hizo. Como esa vez en que leyó del libro un pasaje y que decía así…

 

                  “...el sabio es capaz de hacer valer su propia alma, sin importar la luz que emane de ella, sin importar la verdad, que sale a relucir cuando está en soledad, en oscuridad y en una sola presencia ante Dios mismo, y quiere ser como el ave rapaz, que aunque pelee no se rinde ante su depredador, o acaso debe de ser presa del instinto, que igual que él, él fue depredador para otros…”,

Y ella lo entendía muy bien. Ella fue víctima de un mal hombre. Pero, también fue victimaria de un cruel y osado asesinato. Y el sol testigo de todo ese suceso. Pero, ella estaba bajo las sombras perdidas, de las tinieblas tan oscuras y yá se acercaba la noche fría y densa. Y se acordó del trago, del cordial, o más aún de esa tarde que el sol penetró en su mirada y fue testigo conceptual y contundente de un cruel y vil asesinato en manos tan santas como las de ella misma. Era las 5:00 de la tarde, de esa tarde, sólo falta cinco días para un juicio donde iba a presentar su culpabilidad, porque ella tan sólo era culpable y lo sabía ella y nadie más. Aunque presuntamente era inocente para todos allí. Y una vez se dijo, -“sí, yo lo hice”, y aseguró que no tendría el más mínimo pudor para arrepentirse de algo que perpetró desde hace mucho tiempo. Fue a cenar. Una cena sin sabor, sin la mayor elaboración y confección en saber qué era cocina. No le agradó, pero, no tenía otra alternativa que cenar esa comida.    

Y se dijo, -“ah, sin sabor”-,  sin sabor a libertad, sin sabor al dulce colmenar de la abeja, sin sabor al alma con luz, cuando se está en libertad, la comparó con su alma, con su corazón y más aún con su encarcelamiento, con ser presa en una prisión donde no tenía, otra opción a ser deliberadamente libre, y de la palabra “libre” que sabía de ella, pero, que no conocía su esencia ni su forma. Y prosiguió por leer el libro filosófico y que decía así…



               “...la compasión y la desnudez van despacio de la mano, en saber que el propio destino queda sin sabor, ni es dulce ni es amargo, que tan sólo el delirio es el frío que se torna pesado como la luz, o como la oscura noche, en que se da un comienzo, como el destino es tan desnudo como lo son los cuerpos sin piel alguna, cuando alguien te desnuda y que no se ha vivido aún…”,



Como es de saber cuando llegó a la desnudez, se acordó de todo aquello que le sucedió aquella noche, cuando un hombre la perseguía, la derribó al suelo y la hizo mujer, como una mujer nunca más, solvente, recia, tosca, y ruda en la vida, se atrevió a desafiar el sol y la luna. Se atrevió a ser como nunca antes una verdadera mujer capaz de ver el cielo en sus propios ojos, como el lucero que perdió alguna vez. Cuando quiso ser ésa mujer que quedó como nunca antes atrevida, insensata, insolente, y audaz en tan ávido momento. Y tan real como aquellas rosas en que daban su olor a pesar de ser marchitas, doloridas, y más aún heridas y hasta con sus propias espinas. Y se sostuvo, y se dijo una vez más, “que sí, yo lo hice”. Y declaró ante un abogado, antes de cinco días de un juicio total, como aquel juicio. Que se preparó para desafiar el mundo. Pero, ella sabía la verdad, que sí era culpable. Y una culpa que le daba satisfacción, alegria, y conmoción. Y sabía, que se debía de entregar en cuerpo y alma, al suburbio de la idiosincrasia, de la sociedad maltrecha, por el dolor, y de la consecuencia de los actos y de una pluscuamperfecta obra de sus propios instintos. Y se acordó del depredador, y en ser presa de aquel cometido en que se debió de enfriar su piel o sus alas tan mortíferas como aquellas que poseía entre lo que más quería entre lo que se dió, en ser presa o un depredador. Un juicio. Y se hundió en un mar tan abierto como aquella prisión. Se electrizó su piel cuando sólo le faltaba poco, como cuatro días. Era sólo las 9:00 de la noche, tan sosegada, tan fría, y álgida. Como aquel dolor, que tuvo aquella noche cuando la violentó aquel hombre en plena calle. Cuando se fue para su hogar sin mediar palabra. Y cuando nadie le preguntó ni un “cómo estaba”. Y cayó en tiempo, y prosiguió leyendo el libro, que decía así…

 

             “...si el universo da luz, que se dice y piensa que es tan oscuro como la misma soledad, pues, sólo piensa en la luz de las estrellas, tan reales, como tus propios ojos que son luz a pesar de la oscuridad…”,

 

Cuando se enfrío su corazón más y más. Pero, sus ojos vieron, esa luz, esa lucecita encendida en sus ojos, pero, algo apagó el pobre lucero de aquella noche. Y fue que recordó un pasado muerto, hiriente y doloroso. Pero, su alma quiso tener luz, y escapar hacia la libertad. Cuando contó su historia, y sí, la contó como la había vivido. Y recordó cada detalle, cada fibra del corazón herido, y en cada letra de aquella palabra “libertad”, que ni ella conocía. Cuando estuvo en la sola soledad, y desafío el sol y la luz o energía que de él sale. Cuando quiso realizar una venganza que complació a su propio ego, o egolatría. En querer amarse a sí misma, y vengar a su cuerpo y maś aún a su alma. Y fue en el atardecer de aquel jueves con ese trago en mano. Que irrumpió el sol como cómplice de sus mal actos.

Y más del cielo a expensas de la oscuridad que apenas iba a vivir. Y el cielo fue su límite. No hubo llanto ni dolor, ni mucho menos arrepentimiento alguno. Sino alegría, felicidad y más aún la palabra “venganza”. Y vió luz en sus ojos, y se dijo, otra vez, y yá rayaba en la locura o en la alegría que sentía, la palabra “libertad”. Libre su alma, yá no dependía de nada más ni de nadie en particular. Cuando abrió el libro se vió reflejada su propia alma. Cuando leyó un poco más de ese libro tan sabio y que decía así…

 

            “...sólo llévate del mundo su luz, que la luz es real como en tus ojos vieron toda la hermosura del mundo, pero, si tus ojos no vió el sol ni la luna, sólo llévate el cansancio y todo, porqué el cansancio, porque sólo el hombre es capaz de saber que el sudor de frente es sólo poder de fuerza, porque si tus ojos no vió el sol ni la luna, no vió el trabajo que hizo Dios por tí, que es también sudor de trabajo incansable…”,

 

Cuando leyó, la palabra “trabajo”. Recordó su labor en la cafetería. De servir el café, a cientos de viejitos que cruzaban aquella esquina para tomar un poco de café caliente. Y el trabajo le dió lo que nunca, un sólo sustento. Cuando decidió ir a un taller de costura, en la prisión, por fin, un comportamiento digno, llevaba la muchacha de ojos claros en la prisión. Sabía ella, que debía de tener un buen comportamiento entre aquellas celdas de hierro o barrotes que entorpezcan su libre libertad. Pensó un momento en salir de aquel cuarto y se dijo que no podía con el ruido que hacían las máquinas de costura. Y no aprendió nada en aquel cuarto de costura. Cuando salió corriendo hacia su celda, aprisionaba más a su alma y a su corazón que la misma prisión o celda. Y comentó con su amiga algo y que nunca debió de decir, -“que el alma no tiene escapatoria que el mismo cuerpo, que el mismo cuerpo estaba encerrada. y como podía ver su luz, si estaba encerrada, como en aquella celda o prisión”-, se estaba condenando a ella misma, no había perdón ni mucho menos un poco de instinto que le ayudara a salvar su propio pecado, su propia tentación, en oscurecer a su alma de oscuro deseo, y de fabricar una luz para aquella alma que apenas la sentía salir y ser libre como el ave. Yá no la tenía, ni sentía en su propio ego, el saber que en cuatro días cambiaría su destino, o se quedaría igual de tonta leyendo un libro en una celda aprisionada de dolor, ella, sólo ella, podía cambiar todo, pero, no podía sus esperanzas eran yá mínimas, fantasiosas y artificiales. Se quedó como hoja al viento, como aquel viento que movió aquellas hojas en el suelo y que las hizo crujir. Pero, el silencio, ¿y qué quedaba del silencio?, cuando le preguntó al silencio, ¿qué era el silencio?, y eso era estar presa, condenada y sentenciada en una sola prisión y muchos sueños sin cumplir. Quedó a la deriva de aquel mar cuando se hundió su embarcación, cuando quedó como un débil náufrago, que sólo quedó en el tiempo, y buscando un puerto seguro. Pero, no halló sino una proa vacía, y un timón sin destino. Y quiso ser Dios, como todo un Dios, que se enfrentó al mundo por el pecado humano, pero, se dijo a sí misma, “si Dios, es tan invisible que no, no sería Él, y todo porque permite tantas cosas que jamás se sabe su final, sólo Él, lo sabe…”, y quiso ser como ella, inocente, alegre, luchadora y trabajadora, y con un sólo ímpetu en su cabeza en ser libre, pero, de alma que ni el cuerpo podría abrazar su alma ni mucho menos aprisionar en su propio cuerpo. Y leyó parte de la segunda mitad del libro, que decía así...            

 

                “...es tan tedioso no saber a dónde dirigir tu mente, si el ser humano es un sólo “homosapiens”, que piensa hasta hacer real su propio universo o mundo, y en su propia luz,

como es poder ser a conciencia ser humano, piensa, actúa, y sé diferente, y siempre con la verdad a cuestas de la mentira, y todo porque, Dios sabe de la verdad y por consiguiente de la pureza de tu alma y de tu espíritu...”,

 

Cuando ella, sabía yá de lo que trata el párrafo del eterno filósofo. Sabía qué era el alma, y la fuerza en luz, y sabía que existía el universo, el cielo y el firmamento. Pero, también yá conocía la prisión, lo acuartelada que estaba su alma, pero, sin embargo, su luz, yá desaparecía del cielo y más aún del universo oscuro, aunque pueda ser contradictorio veía que su alma y su luz yá estaban en el universo oscuro y ella lo comparaba así. Y ella se decía, -“el cielo es el límite”-. Conocía todo yá. Cómo sobrevivir, cómo convivir con todo. Ciento setenta y seis días presa. Cuando sólo se sentía el deseo de salir por el techo, o peor aún más, salir por un túnel que ni tan siquiera tendría luz. Y pensó, en su vida y en su alma, cuando en el alma se tiene luz opaca casi oscura, cuando casi muere la vida en aquél ocaso frío de aquel jueves por la tarde. Cuando amaneció ese día, en crepúsculo brillante, sólo se enfrío su alma como un hielo en el congelador, sólo se sintió como la raíz, tan real y feraz. Cuando se sintió el desastre de un comienzo. Y un final tenebroso. Cuando su vida la aprisionó la propia vida. Y el libro, pensó en ese libro que leía, y que era tan real como la propia verdad, decía ella. Y seguía leyendo y decía así…

 

                    “...el pensamiento es transparente como el rocío del amanecer en una hoja, es como Dios en el mismo cielo, que te hace vivir antes de tiempo, y te dice cómo vivir, pero, tú eres terco y sigues tu instinto, aunque el cielo y Dios dicten otra cosa, aunque tu rumbo lo guíe Él, tú sabes que no buscas el bien, sino el mal, con tu propio comportamiento, y tu espíritu vagabundo, hasta que no busques de Dios, nada ha de cambiar en tu vida…”,

 

Extrajo una parte del libro a su mente que decía que era tan filosófico, y que era un libro de aprendizaje interno, del alma, del éxito y de cómo llevar una vida saludable por el mundo del fracaso. El libro era fantástico, hasta le habían cuestionado al autor si podía llegar a traducirlo, en varios idiomas. Y como decía esa parte del libro. Que Dios es el guía en tu vida, pero, tú te descarrilas. Y se dijo ella, que, -“sí, era verdad”-, -“Dios te enseña a vivir, pero, tú escoges el camino o cruzar la avenida y quedarte mirando a los demás, o ser alguien de bien”- y se dijo, -“nunca le he dejado nada a Dios, ni lo conozco. Nunca me he rendido ante Dios y haberle dejado esta maldita vida para ver si Él como mecánico puede hacer algo y la puede arreglarla”-. Pero, no, no, no su vida estaba tirada a la basura, al deshecho, al desperdicio, y más aún, sin poder arreglar lo sucedido. Y miró el reloj, decían las 10:30 de la noche y durmió bastantes horas. hasta despertar a las 7:00 de la mañana para desayunar. Y quiso ayunar, pero, se lo impidió la hambruna. Fue a su celda, tranquila, sosegada, sabía que todo sería la pureza de la verdad de su propia alma. Y quedo sentada a la orilla de la cama y pensó en todo lo sucedió en un momento de cólera y de rabia en aquel jueves de eterno sol, que le acompañó como testigo del trágico suceso, pero, tan exitoso como cualquier carrera en la cúspide. Sólo faltaba cuatro días para ser exactos para el juicio que se ventilaba en cuatro días más. Sólo pensó, en aquel delirio total, en aquella tarde de sol, del trago frío, porque lo quería frío, helado como aquel hielo que pidió para su trago. La bebida estaba exquisita, saludable, y más aún, embriagante de su propio alcohol. Esa tarde se vistió exageradamente atrevida, con un escote que le llegaba a la cintura. Se sentó fría y calculada, con lo que iba a hacer y a perpetrar. Tenía todo calculado, planeado, y más con una táctica de mujer impresionante. Que cualquier hampón de la mafia la querría como aliada. Pero, no, nunca iba a llegar ni eso. Y todo porque yá en la noche estaría directamente en la prisión de mujeres. Y quiso, ser toda mujer decidida, y capaz, sin trampas, ni jugar a la ruleta rusa con el hombre quien le hizo tanto daño a ella, a la muchacha de ojos claros. Cuando recordó todo, con unas gotas de sudores extremos en la frente. Y fue así. Ese hombre se la llevó por un brazo aquella tarde de jueves, sí, y la convirtió en toda reina de un cabaret cercano a esa ciudad, fue esa misma tarde, que se la llevó voluntariamente, ofreciéndole todo, riquezas, cielo y tierra, y más la vida de color rosa, viajes y joyas preciosas, etc. Cuando le dijo, que sí, que quería todo y con él. Pero, le envenenó hasta el alma. Y supo, que el silencio estaba muy dentro de sí misma. Aceptó todo, como queriendo escapar de las garras del dolor y de su propia vida. Y la convirtió en la reina, la dama exquisita del cabaret nocturno llamado “Pineapple Night Club”. Y entregó su pureza , aquella por la que había trabajado tanto y se dedicó de cuerpo lleno a ser prostituta. Y fue aquella noche fría y densa, cuando éste hombre la perseguía y le violentó su cuerpo a golpes, hasta violarla. Y callada fue para su vecindad. Cuando al otro día, sale de prisa en busca de ése hombre que ella percibía su olor y hasta su propia voz. Y le dijo, que sí, más que sí, que quería ser prostituta en su cabaret y le contó todo lo sucedido. Y él, embriagó su corazón de veneno y más aún, de soledad. Esa tarde del jueves, llegó tarde como siempre, porque trabajar con su propio sexo le daba impurezas extremas. Cuando por fin, decidió salir de aquel imperfecto trance. Se dió de cuenta, que yá su barco estaba hundido. Y ése hombre con el cuál iba a laborar como prostituta era nada más ni nada menos que el que la violó, aquella noche fría y desolada. Lo saludó al entrar como si nada. Le percibió ese olor a mujerzuelas baratas y sin clases. Y le aceptó unas cuantas copas de licor. Hasta saciar sus venas en alcohol. Ése hombre quien le hizo caer a ese bajo mundo de la prostitución, y era rica, sobretodo cuando no se gasta en exceso, sino que se ahorra más de lo normal. Le dijo con voz de mujer casi vengativa…-”¿qué tal?”-, y el hombre estaba deseoso de ella, de la muchacha de ojos claros. Y ella, sola, fría, calculando cada paso, cada palabra, cada ademán frío, cada sonrisa y alegría y hasta cada gota del licor que tomaba a expensas de la calurosa tarde del verano aquel. Y sí, le pidió disculpas, que iba un momento al baño a ponerse más atrevida para él. Y en el baño, no le salió una lágrima de dolor o de pena o de angustia. Se tomó la copa, lo que quedaba en la copa. Y la estrelló contra aquel espejo en el baño, él, el hombre que la había violado cuando muchacha, abrió la puerta y ella con un pedazo de esa copa de licor con aquel hielo tan frío, que soslayó en agonía, y que gritaba a cuenta gotas que su propia alma estaba vacía, sucia y devastada por el tiempo, sólo por el tiempo. Y le dijo, con el pedazo de la copa en su mano, tan punzante y letal, con una punta de cristal electrizante, -“te acuerdas de la muchacha de aquella noche, cuando el sol apenas se había marchado del cielo, que tú a la fuerza la hiciste mujer, violentando su cuerpo y más su bella alma pura, inocente, y cálida, sí, hombre, sí, hombre, aquella muchacha de ojos claros de la cafetería de la esquina del pueblo, ésa muchacha era yo…”-, cuando el hombre abrió los ojos él le cayó encima en una camorra tan salvaje, tan cruel e hiriente, sólo salió sangre y muy abundante del pecho de aquél hombre que ella detestaba a muerte, que sólo la hizo ser mujer por el capricho de haber violentado yá su cuerpo como un hombre vil y podrido. La venganza calculada en poco tiempo, pero, exacta y veraz y fue todo un éxito para la muchacha de ojos claros. Que siempre quiso ver nuevamente a ése hombre, que la violentó una noche fría y desolada. Le prosiguió contando a su amiga en la prisión. Era casi las 12:00 del medio día. Y yá faltaba cuatro días para un juicio final. Cuando de pronto se apartó su amiga y la dejó callada, sola y abatida entre aquella celda. Ella, la muchacha de ojos claros, se entregó en cuerpo y alma al libro, nuevamente, y el libro decía así…

 

           “...cada vez que tienes la oportunidad en aprender algo nuevo, apréndelo, no seas cobarde ante las situaciones desconocidas, que no somos máquinas, somos “homosapiens”, y decididos a tomar cualquier decisión en cuanto a nuestras vidas, y en cuanto a nuestra salvación y a nuestro trabajo como emprendedores, siempre forjando nuestro camino, siempre…”,                               

Continuará………………………………………...