kavanarudén

Aquel caminante (relato)

 

Hombre de pocas palabras.

Caminar sereno, mirada limpia, frente en alto oteando al horizonte. Sonrisa amplia, ojos oscuros, rostro agradable.

Las arrugas que se le hacían al rededor de sus ojos me hablaban de sabiduría. De una vida vivida en plenitud.

Sus manos arrugadas y con algunas manchas, eran para mi testigos silentes de experiencias, de aprendizaje, de rodaje existencial.

A su lado su fiel amigo. Un perrito de pelaje oscuro, no sería capaz de identificar su raza. Se le veía entrado en años, al igual que su dueño. No se separaba de él. Me gustaba escuchar los “monólogos” con el perro, el cual parecía entender cada palabra del anciano y correspondía meneando el rabo con mucho entusiasmo. Todas las mañanas lo podía encontrar caminando en una estrada que conducía hasta la playa de Oliva.

Solía sentarse en el mismo banco de siempre y miraba hacia el mar, mientras su amigo se echaba a su lado compartía su soledad. 

Buenos días — le dije esa vez —

Buenos días caballero — me respondió con voz agradable, firme —

Qué hermosa está la mar hoy — comenté, solo quería entablar conversación —

Eh sí, la verdad es que siempre lo está. Aún en los días grises y de tormenta. Aún cuando parece que está embravecida y se quiere salir de la playa. Todo es cuestión de como se mire. — me sonrió mostrando sus dientes blancos, alguno que otro faltaba —

Tiene usted razón, todo depende del cristal con que se mire.

Si no soy atrevido ¿Qué hace por aquí tan solo? — me preguntó —.

Nada en particular. Quise caminar un rato. Alejarme del ruido. Tener un momento solo para mí, caminar, pensar…

Vaya por Dios, pues muy bien. No son muchos lo hacen eso. ¿No estarás en crisis o algo así verdad?

Ja ja ja ja —reí a carcajada — no, no. Digamos que soy uno de esos seres extraños que de tanto en tanto desconecta y quiere tener contacto con el mundo, consigo mismo, con la natura. — mentía

Pues bienvenido al club. Mi nombre es Alberto y este que está aquí es Canelo, mi compañero de camino. Si te apetece siéntate un rato. No cobro por sentarte.

Con mucho gusto Alberto. Yo soy Antonio 

Por el acento no eres de aquí, ¿De dónde eres?

Soy Venezolano. Llevo ya muchos años fuera de mi patria y me he establecido aquí.

Pues yo si soy de aquí, aunque si he viajado mucho. Vivo solo con Canelo. Soy viudo y sin hijos. No me puedo quejar, la vida ha sido generosa conmigo. Me ha dado lo que he necesitado en el momento justo. Lo que no obtuve fue porque no era para mí. No soy rico, ya lo puedes ver, pero puedo vivir tranquilo y en paz, sobre todo conmigo mismo. Puedo afirmar que soy feliz.

No pude evitar una sonrisa. Pensé que la vida misma me estaba hablando a través de Alberto. Siempre he pensado que el universo tiene mensajes para uno y que hay que tener la suficiente sensibilidad para captarlos. No hacía mucho había perdido a mi pareja y pensé que el mundo se terminaba. Recién salido de una depresión comenzaba a ver la luz. Me quedé pensativo mirando al mar, mientras Alberto estaba ahí a mi lado. Un desconocido que encontré en mi camino. 

¿Eres feliz Alberto? ¿Cómo has alcanzado esa felicidad que dices? No creo en ella — le dije un poco molesto

Vez que tenía razón, estás en crisis. Mira chiquillo, no puedes controlar el porvenir, lo que viene, pero si puedes reaccionar ante ello. Queremos controlarlo todo, queremos que las cosas sucedan como queremos, y eso no es así. La vida es un camino y nosotros estamos en el o caminamos o nos quedamos al borde viendo los demás que pasan. Nos vaciamos de nosotros mismos. Pasamos la mitad de la vida queriendo complacer a los demás: nuestros padres, nuestros amigos, nuestra pareja y vamos dejando lo que realmente somos o queremos en un segundo o tercer plano. Perdemos el contacto con nosotros mismos, estamos demasiados ocupados para leer, para meditar, para desconcertarnos del mundo y eso tarde o temprano pasa factura, sobre todo ante la muerte, ante el dolor, ante la dificultad porque no tenemos base. Nos desesperamos, renegamos, maldecimos. Somos arena que fácil se la llevan las olas. Nos ocupamos de nuestro cuerpo y abandonamos el espíritu. Dejamos a un lado la espiritualidad, en el sentido pleno de la palabra “vida del espíritu” que  no depende de ninguna religión o creencia. Cultiva el espíritu hijo, detente, respira. Todo lo que te ha pasado en la vida o te pasa no es para dañarte, no es para aniquilarte. Todo tiene su por qué y puedo asegurar por experiencia propia, que es para bien, aunque sea lo más doloroso que nos pueda pasar en la vida. No pierdas el tiempo preguntado el ¿por qué de las cosas? asúmelo, aceptado, vívelo en plenitud y sigue adelante.

Lo escuchaba atento, cada palabra, cada gesto. Nos quedamos en silencio mirando las olas que iban y venían. No sé cuanto tiempo estuvimos así. Me sacó de mi embeleso su voz cuando me dijo: 

Bueno Antonio, yo tengo que marcharme. Está apretando el sol y me tengo que cuidar del mismo. Ya sabes, no tengo edad para algunas cosas. Ha sido un placer hablar contigo. Espero que nos veamos en otra ocasión.

Muy agradecido por este encuentro Alberto. Ha sido un verdadero placer — me levanté y le extendí mi mano — 

El placer es todo mío. Vamos Canelo, vamos a casa mi chico.

Los ví alejarse. Canelo feliz, contento, meneando su rabo y dando vueltas a través de Alberto, que caminaba a paso lento, sereno. Me entró un granito de arena en los ojos, como pude lo saqué, al mirar de nuevo por el camino, ya no estaban ninguno de los dos.

Me quedé otro rato en aquel lugar. Dentro sentía un alivio indescriptible, un sosiego, como cuando encuentras respuestas.  Algo había sembrado Alberto dentro de mí. Sonreí y me abandoné al llanto, al llanto reparador, sanador, liberador.