andrea barbaranelli

El río y la muerte

 

Después de que te fuiste en silencio,

discretamente, con una luz

de felicidad en los ojos,

me he aventurado un poco más adelante, yo también,

en la dirección en que supongo

que tú te hayas encaminado. He metido los pies

en el agua turbia y violenta del río

todavía baja cerca de la orilla.

He empezado a vadearlo. Es el río

de tu niñez. Lo reconozco

por los barrancos de arcilla roja cubiertos de selva. No digas

que estoy desvariando. Lo sé. Desvarío. Pero debo

encontrar un camino, en esta geografía de la muerte,

un camino para aquella tierra lejana y misteriosa

hacia la cual te has marchado, o has vuelto, buscar

una vía que me lleve hasta allá, siguiendo

tus pasos, las huellas

que atrás de ti has dejado,

errando por la selva, la oscura selva en la que

te has perdido antes de salir de su maraña y de dar

con la inesperada enorme masa de agua corriente

en cuya orilla ningún barquero te estaba esperando;

debo buscar la vía, siguiéndote,

y llegar a esa agua,

a esa turbia agua en la que te hundiste.

Debe haber un recorrido para llegar a la tierra

que se advierte allá lejos, al fondo, allende el río,

para que llegue allá aún vivo, con mi cuerpo mortal,

con mi cuerpo de carne y sangre agotado por la fiebre,

arañado e infectado por los insectos y las zarzas.

Siento que hacen falta solo unos pocos pasos,

solo unos pocos pasos hacia adelante en el agua,

para llegar donde ahora tú estás.

Siento que hace falta solo un leve contratiempo,

quizá una distorsión, una pequeña desviación

en la sucesión del tiempo, de los minutos implacables,

bajo ese cielo negro de luz cegadora,

hace solo falta que se abra una mínima grieta,

para encontrarme en un más allá

que no sé imaginar de otra manera

sino recurriendo a los cuentos de los que han entrado

antes que yo en ese espacio

intrincado, en ese laberinto entre vida y muerte,

por ese estrecho sendero que se retorce en si mismo

y que aún hoy recorremos a tientas llorando

de nostalgia y esperanza.