Alberto Escobar

InsinĂșame

 

Sin silencio no hay arte.
El arte se nutre del silencio
como la abeja de una gota
de rocío.

 

 

 

 

 

 

 


El reloj en su campanario
me echó escaleras abajo como
escorrentía que contesta a la
tormenta.
Salté el dintel de la casapuerta
para fichar mis huellas sobre la
acera caliente, rayaba el verano
entre los chopos.
En silencio, mochila al dorso,
emprendí un camino que ya es
cristal de tan trillado.
Alcé la vista hacia la verdina de
la fachada contigua, una ventana
se llenó sobre su alféizar.
Frené en seco, un resplandor
detuvo la inercia de la marcha
hasta deslumbrarme.
Miró hacia abajo, advirtió mi
presencia, sostuvo la mirada
en silencio...
Ella, el mundo y yo bañados en
un silencio sepulcral.
Toda la Poesía que cabía en los libros
brotó de nuestros ojos.
Silencio...
Cada silente pregunta fue paloma
que se posara en sus labios, a contrario
sensu, la respuesta era mensaje en
su pico que alcanzara mi mano.
Pasó de esta guisa toda una vida
que se resumiera engastada en una
perla de escasos minutos.
Bajé la mirada al camino.
Seguí a ninguna parte.
Ella recogió su mirada al mismo
tiempo, hacia la penumbra de un
adiós que no fue pronunciado.

Fue el primero, el último balcón
que se llenara de semejante Poesía.