Lucia Rodriguez Lopez

XVII. Aparentemos no conocernos

Esperaba en una calle donde el miedo

auguraba palos de ciego

acompañando cada seña.

En rebelión con lo advertido,

el cuerpo lamenta

cada intento de expresión

de sí mismo

que rinde pleitesía a las dudas,

cada verter vagamente de su ser

hacia dos órbitas vacías

donde se acomodan nube y aire,

polvo y nada al mismo tiempo

como gotas que se deshacen,

llanto por llanto,

perdiendo la esperanza.

Más allá de otro tiempo perdido,

no alcanza sino otro destino amargo.

Y a pesar de que la ventana está abierta,

solo una corriente gris desnuda

memoria a memoria su fruto,

al pie de un temor como una torre,

levantado piedra por piedra.

Hubo un día en que las manos

no apretaban más que la vergüenza

asfixiando su muerte con una simple risa.

Mas ya no consigo ver sino cómo se apagan

los recuerdos de estas calles.

Tan mortal la carne como su esencia,

tan frágil que hasta llora su propia cárcel.

 

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