El DIOS JUVENIL

LA HORA DE LAS VENTANAS ECLIPSADAS

 

 

En las arrugadas frentes, como en los anuncios naturales, se desfondaron tártaros en las calles estudiosas, con ángeles bramando a las lobas del níspero, se acumularon las hortensias desarraigadas de las lactancias patentes, profundas, esclarecidas por los haces como aposentándose en el hueco de la mejilla.
En los sombreados la recapitulación pigmenta pedregullos, entre el moho las retracciones temporarias nulas, los pasadizos sórdidos, se impugnan, se someten al movimiento, a las cavilaciones, se sobreponen ante toda verdad, se divulgan como una exposición de considerables piernas, como un caldero de oro derretido, pasean evidentes inaptitudes, al son de los pupilos morbidos de opresión, en las noches marcadas.
Hay señales.
Hay un tipo con el que nadie se mete, hay ofertas de roídos maniquíes, hay visibles intolerancias, blasfemias caminantes, estupidez disimulada, hay subastas elitístas y mounstrosas concepciones.
Hay trafico de rubor. Se marginan todas las expectativas.
Se prostituyen todos sus dioses.
Por sobre la magistral escalinata una obra de artistas en el pródigo intento de intuir el futuro, luego de ella: incursionistas, preparadores. Algo estallará. Se nos prepara una espectral sorpresa.
El vino abunda como el odio.
Pasando la escalinata, en la casilla real; burgueses, modernos, platónicos, en una fiesta o éxodo de particulares máscaras.
Hay castigos de pesadumbre, conectan el terror con la beneficiencia.
En las iglesias mi corazón está infernalmente borracho;
podría abrazar a mi enemigo y luego arrepentirme.
Todos ellos sufren una obligación de teñir todo cuanto produzca sombra.