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¿CON QUIÉN, CONMIGO? (TEMA DE LA SEMANA)

Venido de la nada espesa al absoluto olvido.

Salido del polvo,

al cual un día trascenderán mis huesos,

soplado con aliento de vida,

nacido de mestiza, hombre por defecto,

acendrado con sangre. Nacido otra vez.

 

En el límite de la sombras

nos acechan cuchillos de veneno mental,

el destral del verdugo nos mira delirante,

impasible, mueve su filosa lengua,

como esperando el salto al vacío

de algún alma incauta.

Vivimos al límite del abismo y las sombras.

 

Entonces, qué decir de los seres

que equivocan los sueños

y se llenan de ira clandestina, de avaricia oxidada,

entran en las cafeterías con su gula despiadada,

su soberbia al cinto, lujuriosos de oficio

y el triste perezoso que envidia su fortuna.

 

Cruzando las fronteras del abismo y las sombras

reptando de algún modo,

viven con sus casacas de telas despiadadas,

perfumados y a la moda, van en autos modernos,

se dispensan un Dry Martini

y encienden un cigarrillo con modales ficticios,

entre la desfachatez del mundo

y las taras humanas que adornan su diadema,

aderezan con sangre dígitos en sus haberes,

mientras el tiempo avanza con su habitual cordura

y los fantasmas del miedo devoran intestinos.

 

Avanzan, con sus botines de mármol

en un lago de envidia donde ahogan sus ansias,

delirantes de fortunas,

con la piedad del que asesina abrazando su presa,

haciendo un mausoleo a la codicia,

vacíos del alma,

en una calle empedrada por la agonía,

donde la decencia feneció dando gritos.

 

Así es la normalidad del mundo,

donde el marketing del amor

es dejar de ser idiota y no vivir por nadie;

yo observé su desfile, luciendo sus medallas,

al pasar frente mi detallé sus vestidos

y marchaban ataviados de espejos lapidarios

donde observé mi rostro

donde ligeros reflejos de lo que es mi vida

llenaron el espacio con un choque de asombro

y la conciencia del alma cual testigo silente

taladró mis sentidos y humedeció mis ojos.

 

Y hoy me pregunto:

cuántas veces dejé de hacer bien

ignorando el dolor de mi prójimo?

Cuántas veces mi altivez hirió un alma,

cuántos corazones que me amaron laceré

en mi egoísmo de las mil y una noche?

En cuántas ocasiones traicioné sentimientos

y mentí en mi pancista defensa?

Y sin duda, en algún segmento de la curva,

la lujuria perfumo mi pañuelo,

a la justicia apuñalé en la espalda;

y aunque escapé del destral del verdugo

porque mi alma no saltó al vacío,

no tengo razones para alzar la piedra.

 

Después de su desfile volví sobre mis pasos

con el alma desgastada y el corazón en silencio,

ese silencio que solo nuestro sino identifica

como un largo camino circunspecto

de las equivocaciones

que nos hacen ver terriblemente humanos,

débiles ante la tentación y el miedo

que azota las esquinas,

mi andar se volvió lento en su tristeza,

esa, que nos deja desarmados ante las realidades

que nos desvisten por dentro,

y al ritmo de mis lágrimas cansadas,

volví mi mirada a una cima sangrienta,

donde el crimen y el pecado se vistieron de gala

martirizando a un justo,

que desde el tercer cielo nos dice con dulzura:

Ego Sum Lux et Veritas et Vita