Adrian VeMo

Carta al Lector

 

 

Estimado lector:

 

Con el debido respeto que se merecen sus ojos y narices, y paciencia y tiempo, pido perdón.

 

Desde que mi día amanece sin pájaros, y muere sin grillos, no hay piedad, menos, en el aire. No quiero que confunda lo pasajero con lo interminable. Desde que vi a los pájaros abandonar sus plumas y a los grillos olvidar su canto, comprendí adonde iba y cuanto duran mis pasos.

Supe las pavesas que saltaban de la boca de mi madre cuando las palabras atizaban en su garganta, supe el sabor a arena que dejan los besos, supe la calma de todo y la intranquilidad de nada.

He paseado. Salté de puertas en ventanas, fui huésped efímero en tejados. Siempre he pasado pero jamás me quedé. Estuve en hoteles modestos, en tiendas bulliciosas, en casas, en aulas, pero nadie se acuerda de éstos mis pies, ni de mi voz.

Yo dije: Nunca! mientras aprendía a volar con una jovencita, el nunca nos duró poco. Me despedí con un hasta siempre; sin saber lo que decía. Estuve en su corazón pero no me quedé en él.

Luego apareció Eva, y como sucede en estos casos, mordí la pecaminosa manzana sin resistencia y deslumbrado. Yo no era Adán, por no llevar hoja de parra, y por creer en el Génesis como inicio de la inhumanidad. Estuve en ella, me impregné hasta en sus vestidos, como un perfume barato. Me desterró, sin más, de sus sueños.

 

Atento Lector, no ponga la debida atención en las comas y sílabas. Quise aprender a escribir y también a hablar. Cabalgar en el lomo de un diccionario, y montado ahí, defenderme y conquistar hojas. Pero aprendí a callar de memoria, al revés y al derecho, de pies a pelos. No haga caso a los pájaros ni a los grillos, en este preciso minuto acaban de asaltar la sonrisa a un niño, y en las ricas costas mediterráneas desfallece un barco cargado de sueños.

 

Si ha tropezado con estas líneas, yo sólo quise decir mucho y no dije nada. Si sintió una inmocoda irritación al leer, un humo inexplicable, sólo estuve quemando pedazos de mí.

 

 

 

Albura con humo,

descanso del curso de la sangre.

Martilla el pico del pájaro

un nuevo amanecer,

y los grillos aprenden

a aullar.

En la línea del recuerdo

se pierde el tiempo.

¡Qué nadie deje abierta

la memoria

en señal de olvido!