Hugo Emilio Ocanto

*** El perdón *** - Poema - - Autor: Yamandú Rodríguez - - Interpreta: Hugo Emilio Ocanto - - Grabado -

Son las cinco de la tarde

en un pago de leyenda.

A estas horas el ombú,

se saca el poncho violeta

y lo tiende sobre el suelo

curtido de la tranquera.

No pasa una virazón.

El patio se recalienta

con un brasero \'e malvones,

prendido no bien clarea,

adonde las ponedoras

van a pintarse las crestas

y cuasi siempre murmuran

su rosario las abejas.

El rancho es de palo a pique.

Parece que jué carreta;

porque entuavía se ven

entre los yuyos dos ruedas:

una, es la boca del pozo

y la otra, la manguera.

 

Dicen que todo era dulce:

el agua, el techo y la dueña,

una viejita muy blanca,

que dejó viuda la guerra

con cuatro hijos varones...

y se echó esa cruz a cuestas.

Sus manos son un milagro

de amor; porque sale de ellas,

tierno el pan del amasijo,

tibia la leche que ordeñan, 

blanco de espuma el mantel

en el altar de la mesa,

donde esas manos bendicen

la caridá de la cena,

con la hostia de la luna

azulando la cumbrera.

Esas manos día a día,

sacan calor de la rueca,

pa entibiar cuatro pichones

que despumó la pobreza.

 

Y esas manos de la madre,

con diez palitos sin juerza,

van haciendo cuatro gauchos

a rigor de potro y sierra.

Si alguna vez se enojaba

con un gurí, siempre ella,

antes de cerrar la noche,

le dió la mano derecha

para que él se la besase

con un: \"perdonáme vieja\" !

Nunca se pudo dormir

con un hijo en penitencia.

Y esa tarde, el más muchacho,

estando solo con ella,

olvida la ley de Dios,

levanta un puño y golpea

el pecho de aquella madre,

que es una santa de güena.

A\'i nomás monta a caballo

dejándola cáida en tierra.

 

Y a la oración, cuando güelven

los cuatro para la cena,

está el fogón apagao

y hay un frío de tapera...

- ¡ Mama ! - nadie le responde.

Temblando ya, la campean.

Como buscan a la altura

del corazón, no la encuentran;

porque la madre está allí,

pero sobre el piso: muerta.

Los cuatro mozos de luto,

al campo santo la llevan.

Pesaba tan poco en vida...

y aura no pueden con ella !

Doblan por las cuatro puntas

aquél pañuelo de tierra...

cain unas flores de yuyo...

se santiguan... y la dejan.

Al otro día un vecino,

al pasar por allí cerca,

avisa que a la finada

le quedó una mano ajuera.

¡Cómo ! Se miran los cuatro

y denguno malicea,

guelven, le cubren la mano

y pa mejor protegerla,

rodean la sepultura

con un corralito \'e  piedra... 

 

Y la misma tarde, un hombre

que cruza con su carreta,

le dice que vió la mano

otra vez a flor de tierra...

Entonces, al más muchacho,

le habló al \'oido la concencia;

porque se puso \'e  rodillas

en el corralito \'e  piedra,

bajó la frente y llorando,

pa que la madre l \'oyera,

como cuan jué gurí,

dijo: \"Perdonáme vieja!\".

Cubrió de besos la mano...

después la cubrió de tierra...

y como salía solo

para perdonar la ofensa,

dende la tarde del beso

ya descansó bajo tierra...

Y naides más vió la mano

de la madrecita güena,

que nunca pudo dormir

con un hijo en penitencia.