Alejandrina

Al roble

Roble de mi patria

titán de madera…

cuando el pianista de mis dedos

acaricia tus vértebras de cielo,

un nirvana río-sangre

se desprende de tu corteza de padre.

Es tan hondo el centeno de tus sépalos

es tan alta la espiga de tu viento

que pareces crecer como la luz,

como los astros sentados en los ojos de mi madre

al despedirse de la tarde…

Amo tus verdes palomas mensajeras

bebiendo de tu copa de nostalgia,

como pobres viudas en eterna espera…

Siento los tambores del surco

subir por tus raíces y estallar

junto al latido del aire, como un mantra.

A veces pareces un niño sin amor

abandonado al centro del potrero,

pero cuando el rebaño

viene a beber de tu sombra protectora;

eres como Gabriela en su reino de jerarquía y de dulzuras.

Leónidas vegetal…

cómo resistes hermano,

la siniestra mano taladora,

el beso mineral sobre tu costado,

los impíos clavos de la sierra,

el tamboril del hacha echada al vuelo

como una campana ebria de agria trementina,

latigando el grito callado de tu dorso.

Mi viejo roble…

cuántos dolores has resistidos para convertirte

en duro pellín enrojecido.

Centinela fiel del los trigales,

catedral de madera, cuando apoyas tu corteza

en la espalda de mi padre

parecen dos manos santas unidas al rezar.

Cómo extraño tu bohemio epistolario de cantabrias;

los alfajores de luna de tus dihueñes;

las llamas mojadas de tus quintrales.

Irrefutable fénix, renaces una y mil veces

tras el paso presuroso del fuego.

Joven hualle de mis lares, tu verde campanario

es una mano extendida, la sonrisa que abriga al campesino.

Tienes el aura azul de la lejana infancia,

tu anclada sinfonía es el trencito

que me lleva de nuevo a ser pequeña,

como esta lluvia sureña que te puebla.

En vegetales corales de ocres partituras,

palpitan mis praderas de madre-niña

cuando mis labios tocan la finta alucinante de tus ramas.

 

Alejandrina.