Max Hernandez

Otra historia de amor

Parado en la barandilla, con las manos sudorosas y las rodillas temblando, miro nuevamente con dirección al grupo de personas que vienen saliendo en tropel, por la puerta de desembarque.

 

Ansioso miro a todos y cada uno de los recién llegados, tratando de no mostrar mi nerviosismo, tratando de no estar muy serio y tampoco demasiado sonriente. Sé que podría ser mal tomado, pues a nadie le gusta que lo estén observando, menos aún por un desconocido.

 

Otra vez no estás entre los recién llegados.

 

Miro nuevamente mi reloj: diez menos cuarto. Es cierto, el arribo de tu avión está programado para las 11 horas, pero aún así, no puedo evitar el pensar que pudiste adelantarte, o quizá ya llegaron y los avisos no están actualizados, o quizá...

 

Mil razones hay para escrutar a todos los recién llegados. Además, tengo todo el tiempo del mundo, y no me moveré de aquí hasta que Tú hayas llegado.

 

Miro mis zapatos: están relucientes. Me arreglo nuevamente el cabello con los dedos. Me acomodo la camisa y los pantalones, reviso todos los botones. Acomodo nuevamente las rosas en el ramo. Y miro nuevamente el reloj: ya falta poco.

 

Sonrío. Recuerdo todos los momentos cuando tuvimos que separarnos y lo grandioso de abrazarnos de nuevo. Esa sensación única de tus brazos en mi cuello, mi rostro en tu cabello, y nuestros corazones galopando. Te amo.

 

El momento sublime del roce de nuestros labios, y perderme nuevamente en tus ojos soñadores, y tu mirada pícara y coqueta al preguntarme: \"¿Me has extrañado?\"

 

Y así, entre sueños y deseos, sin casi percatarme, apareces entre la multitud, en la puerta de desembarque. Te detienes un instante, aseguras tu bolso de viaje, y tu maleta que rueda a tu costado. 

 

Y, guiada por esa mano invisible que nos mantiene unidos, levantas la mirada, como si supieras donde estoy, y me sonríes. Inclinas un poco la cabeza, y dices \"te amo\" sin que las palabras lleguen a pronunciarse.

 

Me doy cuenta que yo estaba con las manos levantadas, moviendo el ramo de rosas para llamarte. Pobres rosas, ya casi ni pétalos tienen de tanto que las he zamaqueado.

 

Cruzo la barrera que separa a los pasajeros de los familiares. Nadie me detiene. Voy directo hacia ti, casi corriendo. Tu haces lo mismo, y, casi en el instante en que nos encontramos, sueltas el bolso y la maleta, y te cuelgas de mi cuello, mientras yo entierro mi rostro en tu cabellera, y dos lágrimas de felicidad ruedan por mi mejilla.

 

Nos abrazamos por una eternidad que dura tan solo un instante.

 

\"¿Me extrañaste?\" es lo primero que dices, apartando un poco la cabeza y limpiando con tus manos mi rostro lleno de lágrimas. Sonríes, con tu mirada de niña traviesa, como sólo tú sabes hacerlo, con esa pasión que me atrapó desde el primer instante, y del que no quiero liberarme.

 

\"Te amo\", alcanzo a balbucear antes de sentir tus labios en los míos, y perderme nuevamente en la maraña de tus cabellos, mientras en mi pecho, mi corazón es un potro desbocado, que no para ni un sólo instante.

 

Un ruido extraño nos trae de vuelta a la realidad. ¿Aplauden? Me sonrojo, tú sonríes, y con la gracia que te caracteriza, haces una graciosa venia hacia aquellos que aplauden.

Cojo tu maleta, tu coges tu bolso. Muchas personas se acercan, ofreciendo ayudarnos.

 

\"Estás más bella que antes\" te digo casi al oído.

\"Son tus ojos\" respondes como siempre, sin dejar de sonreír ni un sólo instante.

 

....´

 

Él tiene casi 90, y camina con cierta dificultad, pero lleva siempre erguida la cabeza. Ella, algunos años menor, sonríe y menea la cabeza con aires de coqueta. Ambos se acercan a la puerta de salida de un aeropuerto cualquiera. La gente en derredor sonríe satisfecha, muchos celebran las muestras de amor y cariño de la singular pareja.

 

Afuera la vida continúa: los autos humean, los peatones protestan, las luces de la gran ciudad, no dejan ver a las estrellas. Pero para esta pareja, la vida pareciera que recién empieza.