Que flor más bella sepultada bajo tierra,
Que flor más bella sepultada bajo el mar,
La tierna flor que un día fue a parar a mis dulces labios,
Una flor que pecadora asomaba tras mi ventana,
Se extendía gloriosa como reina entre mi jardín,
Reía como cortesana,
Decía y decía lo que le daba en gana,
Era muy viva cual persona sana,
Paseaba por mi derredor,
Cautivada por mis intentos de convertirla en mi flor,
Yo quería darle una grata sorpresa,
Ella quería ser sorprendida,
Dejando así una estela de blanca huella hundida,
Yo cada noche perfilaba mi poesía,
Ella cada día se acercaba a mi balcón,
Nos gritábamos te quiero sin ningún remordimiento y parangón,
Y por más que pasase el tiempo,
Nosotros seguíamos y seguíamos cual viento,
En el mismo lugar, en el mismo momento,
Repetíamos apasionados a la misma hora,
Un amor que acongojado;
Llenaba nuestras vidas de felices y cortos momentos,
En los días más apagados se llenaban de velas;
Que alumbraban el umbral codicioso de nuestro amor.
Y como risueño soñador trataba de cortejarla a diario,
Escribía y escribía sin importar que pasara,
Para que ella conmigo se quedara.