Daniel Memmo

La mujer que le daba la espalda a la luna

En su silencio y en todo su paisaje,

no necesito de su luz,

ya no!, se dijo una vez,

y aprendió a pintar a oscuras,

y se imaginó al sauce brillando,

con un solo parpadear

exploro todo los detalles

y vio  al sauce rajar su corteza

y aquel gusano recorriendo toda su silueta,

a sus hojas temblar con un tenue viento,

vio descansar en sus ramada a juguetones gorriones,

descubrió en la oscuridad la edad del sauce,

por los quejidos que soltaba cuando soportaba un ráfaga de viento y lluvia,

no era más joven que el grillo que lo usaba de balcón,

ni tan viejo como el zorro que lo observaba desde abajo,

comprendió que el zorro una vez quiso ser sauce,

y el sauce añora ser el canto del grillo

que a la oscuridad del silencio la convierte en chillido,

y mantiene el ritmo,

que se parecen a los latidos de un corazón.

Aprendió a buscar la esencia con los ojos tapados,

y sintió la hierba mojada debajo de sus pies,

se le estremeció cada parte de su cuerpo,

sintió su naturaleza en estado puro,

parte de ella desparramada en el lugar,

en cada gota de rocío,

en cada hoja seca,

semillas de ella,

de sus tristezas,

de su risa,

de sus voz mezclada en el canto de los pájaros nocturnos.

La mujer que le daba la espalda a luna,

se convirtió en paisaje,

respira con el viento,

llora en la oscuridad,

el sauce la abraza,

él seca sus lágrimas

y las derrama por ella.

 

     Daniel Memmo