Alberto Escobar

Parénquima

 

No hay material que a las dendritas
gane en firmeza.
El árbol solo precisa de sus raíces.

 

 

 

 

 

 

 


Sobre rama robusta me prendo.

 

Vivo hacia un abismo de frondoso árbol
cuya altura significa vértigo.
El diestro brazo engarfia la rugosidad de
su piel como madero a la deriva.
El restante, de siniestra suerte, balancea
un cuerpo anhelante de otros cuerpos, sin
desdén de otras ramas si tan robustas fueran.

La gravedad, amiga del vacío, sigue a la
espera de presa, las yemas nacientes sostén
a los dedos se me ofrecen.
Sobre la seguridad espartana que me ampara
me afano en malabares de caricias.
Me digno estremecerme a los terciopelos
que otras ramas derraman, sin la tentación
del emigrante.

Me pirra conocer bosques de los que apenas
puedo sospechar su existencia.
Me sosiega hasta la leve sonrisa, la que
sucede al niño mamado, la espera estatuaria
de esa rama que es el por qué de este cuento.

Me fundamenta este juego que me traigo
entre manos, juego que es eterno y necesario.
Juego que me empuja a un viaje de encuentros,
de ojos que se ensanchan a la sorpresa.
Juego de hallar espejos donde cernerse mi alma
para ser vista y analizada, y después volver a un
jergón cierto y cerrado hasta el alba.

Solo apresaré una rama extraña si le alumbra
igual robustez. Temo dejarme volar por el
volandero abismo cuyo fin no ofrece lecho.