Pasada la penumbra,
el trabajo la espera.
Qué importa si a pie,
o sobre ruedas lentas,
qué importa el verano,
la primavera o el hielo.
Importa su marcha firme
hacia el deber eterno.
Ajusta sus herramientas
al primer canto del día;
un trapo cubre su rostro
desde la pálida frente.
Una cajuela gastada,
fiel recolectora de sueños.
Y sudará con entrega
por su pan callado y tierno.
Un hijo sin padre,
al caer la tarde, espera.
Ella volverá cansada,
le dará sopa caliente,
amasará una tortilla,
le contará un cuento breve.
Bendecirá a Dios,
y Dios la bendecirá por siempre.