Eugenio Sánchez

EL PEQEUÑO CAZADOR

Era una tarde de un día cualquiera,

andaba  corriendo un atravieso niño

junto a la rivera de un río,

 una onda de jebe llevaba consigo.

 

Una mansa paloma dormía en su nido,

en una   rama seca de un espino,

el pequeño cazador la miró con ansias

y caminado a gatas se acercó muy despacio.

 

 Sacó la honda y una piedra cogió,

el proyectil certero, el buche perforó,

cayó del nido aleteando herida,

entre la yerba se quería esconder,

levantaba sus  alas implorando perdón,

y él  sin piedad le arrancó el corazón.

 

Se marchó con su presa,  según él, feliz

 corriendo y silbando  camino a  su hogar.

 

Dicen que el asesino vuelve al sitio del crimen

a recoger  sus rastros y a lavar sus culpas,

y volvió el miserable, al amanecer,

pero al mirar al suelo bajo el nido vacío,

 

vio dos pichoncitos con sus ojos huecos,

servían  de festín a las hormigas.

Sintió  un dolor muy grande al ver la escena,

 mil veces se maldijo, votó el arma homicida,

 ya no fue cazador desde ese día.

 

Cuando aquel recuerdo  a su  mente regresa

como un vengador le punza  el corazón,

 por eso la tristeza  hoy  es su compañera,

hoy adolorido va cargando ese peso.

 

Hoy anda su camino espinoso,

hasta se hizo poeta y   canta su dolor,

para   esconder su culpa  con  tristes versos

y  hasta cuando ríe por dentro llora

porque esa  angustia le torturará  el alma.

 

 

José Eugenio Sánchez Bacilio