Olenka Quiroga G

Solo a mi madre.

 

Solo a mi madre,

que se ubicaba en la olvidada mesa de seis

y perdía la mirada

cuando las hojas del otoño le lloraban.

 

Se quejaba en silencio,

alimentando a tres niñas.

La de cerquillo aún no hablaba,

la rizada cantaba

y la de trenzas la contemplaba.

Pero de pronto se escuchaba la puerta

y solo a mi madre el cuerpo se le tensaba.

Aterrada o asustada,

así yo la recordaba.

 

Abrazos hipócritas recibía.

Besos en los labios

y caricias que solo le sangraban las heridas.

Le lloraba.

Le lloro.

Tanto dolor haciéndose infierno en su pecho

y tanta agresividad en un hombre

que solo a mi madre se le retorcía como veneno en el cuerpo.

 

Y las tres niñas que se habían quedado sin lágrimas

yacían en la mesa de seis,

olvidada.

Como su madre,

un tiempo antes de que aquel ingrato,

se las arrebatara.