Denil Agüero

Abejón de mayo

Cuando mis ojos hablaron, gritaron que estaban cansados de la remembranza

por rumiar en los lejanos tiempos de noviazgo que extraño

no le hice caso a esos ojos defectuosos, y seguí llorando su recuerdo.

 

Es así, con el calor de siete meses sobre la memoria y el frío de la noche sobre la cara

que me nació escribir mi primer poema de amor o quizás una loa funesta

y me salió una historia de tragedia y pasión, más tragedia que nada.

 

Una vez, en el olvidado y suave sofá de las películas a medias

con el sentir de arrumacos en su cabello, con olor a premonición placentera

con un beso de esos que duran dos manos, pone su frente en la mía y me pide describirme.

 

Procuré una metáfora para su hermosa cara, morena y atenta a la mía, y le recité:

 

¿alguna vez, en los bellos y tibios días de mayo, te has encontrado cansada contigo misma, llegas a casa con el deseo único de cortejar el sueño en la suavidad de tus sábanas de seda, con el amor que solamente tu cama puede entregarte, y yaces tranquila, con tus pechos libres en mi camisa, adormilada, a punto de besar el sueño y entregarte en cuerpo y alma a él?

 

Asienten ella y su sudor, provocados por el calor de los besos que nos dábamos en cada coma.

Sabiendo que conoce el sentimiento, mi recital continúa, por mis palabras y por su cuerpo.

 

Me describiré entonces:

soy ese que posa con esmero en tu frente

el que susurra poemas de un sonido a tu oído

el que ve tus ojos entregarse al negro vacío desde tu nariz

el que se pierde en el dédalo de tu hermoso cabello

el que vaga borracho entre techo y pared tentando ser víctima

el motivo de tu enojo, el que te hizo despertar y salir de la cama

el odiado y maldecido, el más olvidado en las hebras de la escoba que me entregó muerte.

 

Le parece gracioso, creyó que era mentira.

 

Con sus carcajadas disfrutamos de aquel sofá

y del sonido de una película que nunca vimos

y del bello momento en el cual nos perdimos entre los cojines y nuestra ropa.

 

Mi cigarro para después fueron las lágrimas de la verdad

que ella recogió una por una, con esmero, o con lástima, no sé, mientras decía:

amor mío, qué vida sin emoción aquella en la cual

no se tiene una experiencia

con un abejón de mayo.