Joseponce1978

El bebé inuit

Como en Groenlandia las noches duran tres meses, el bebé inuit no temía a la oscuridad porque estaba habituado a ella. Tampoco le daban miedo las arañas, pues su iglú no tenía esquinas en las que tejer sus telas y, por lo tanto, nunca había visto una araña. Ni siquiera los fantasmas conseguían atemorizar al bebé inuit, ya que los fantasmas van cubiertos con sábanas, y allí, debido al frío reinante, necesitarían como mínimo un edredón, y un fantasma con edredón inspiraría más risa que miedo. De modo que al bebé inuit, al ser ajeno al miedo, le sobraba un punto de temeridad. Tanto más atrevido se mostraba cuanto más abrigado iba, pues las pieles que lo envolvían tenían la misma tersura y rigidez de las mejores armaduras.

Cuando al fin hizo aparición el sol, tras el largo periodo nocturno, en el que a la luna llegaban a salirle ojeras de no poder descansar, el pequeño inuit quedó deslumbrado ante aquel derroche de brillo, pues en el atardecer anterior aún era lactante e imaginaba que había nacido en un mundo oscuro. Al llegar la aurora, aún tuvo que enarcar los ojos durante unos minutos hasta que su vista se adaptó a aquel resplandor.

Maravillado por el dispendio de luz, decidió salir de su iglú para explorar todo aquel universo que de repente había aparecido ante él, derramándose en todas direcciones. Entre que recién comenzaba a dar sus primeros pasos y entre su rígida vestimenta, caminaba igual que un pingüino.

Lo primero que se encontró, una vez hubo avanzado unos metros, fue un caribú. El cérvido, al ver al bebé inuit, comenzó a temblar de pánico.

-¿Qué te ocurre, por qué tiemblas?- Preguntó el bebé, después de quitarse el chupete de la boca para poder balbucear, pues también llevaba poco tiempo hablando.

- Es por la parka que llevas puesta, está hecha de piel de caribú. Los miembros de tu tribu nos cazáis para comer y abrigaros. Llevamos mucho tiempo pidiéndoos que os hagáis vegetarianos y que pongáis en vuestros iglús aparatos de calefacción para evitar esta masacre- Respondió el caribú.

- Pero como pretendéis que nos hagamos vegetarianos, no sé qué vamos a plantar si aquí solo hay tundra y hielo. Y no podemos instalar calefacción en nuestros iglús, caribú, porque están construidos con ladrillos de hielo y se derretirían, siendo peor el remedio que la enfermedad. No me explico como mis padres logran encender hogueras dentro del iglú sin que se derritan sus paredes, pero mucho me temo que el efecto de la calefacción los desintegraría en nada y menos. Aunque pusiéramos radiadores, tendríamos que abrigarnos para salir afuera, digo yo. No se puede estar en la calle sin ropa con este frío- Se excusó el bebé. -De todas formas, yo intentaré convencer a los miembros de mi familia para que dejen de cazaros. Seguro que habrá alguna alternativa para poder cubrir nuestras necesidades caloríficas y alimenticias sin tener que daros caza.

El caribú, recobrado ya del pasmo inicial, se despidió del pequeño y se marchó un poco más animado por la promesa hecha por éste, no sin antes desearle suerte y advertirle que andara con cuidado, pues por la zona merodeaba un enorme oso polar, capaz de desmenuzar un iceberg en cubitos de hielo con un solo zarpazo.

Y el bebé inuit continuó su andadura por aquellas inhóspitas tierras, encandilado ante los destellos cegadores ofrecidos por los rayos del sol al reverberar en toda la planicie congelada. Tan absorto iba, que casi se topa con una foca que había agachada en el suelo, cubriéndose la cabeza con sus aletas.

-Hola, foca. ¿Qué tienes, por qué te cubres la cabeza, te ocurre algo? - La saludó el bebé inuit.

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