Jonathan Moreno Esquivel

VIII (o El árbol del anhelo).

Justo sobre esa colina

vendí tu anhelo,

la misma senda que

al anochecer cruzaste.

 

Alma no poseo

fue comprada mucho ha

por las manos que solía amar,

por las manos que solía amar.

 

Érase una noche

una viuda a la vista,

ofreció ella un sopló

simple de aire de fe;

 

huesos y polvo posó

y una maldición sobre mi alma

en las manos que solía amar,

por las manos que solía amar.

 

Y mi único latido

–pues los sueños son el diván

de casas recortadas en

sombras de yeguas marrones–

 

lloré sobre mi lecho,

sollocé por esperanzas perdidas

por las manos que solía amar,

por las manos que solía amar.

 

Y así es que veo ojos distantes,

esperando por sus ojos

aparecer y encontrar los míos,

y como un caballero

 

me le aproximaré,

sonriendo a su sonrisa,

a las manos que solía amar;

a las manos que corto en lentitud.