Justo sobre esa colina
vendí tu anhelo,
la misma senda que
al anochecer cruzaste.
Alma no poseo
fue comprada mucho ha
por las manos que solía amar,
por las manos que solía amar.
Érase una noche
una viuda a la vista,
ofreció ella un sopló
simple de aire de fe;
huesos y polvo posó
y una maldición sobre mi alma
en las manos que solía amar,
por las manos que solía amar.
Y mi único latido
–pues los sueños son el diván
de casas recortadas en
sombras de yeguas marrones–
lloré sobre mi lecho,
sollocé por esperanzas perdidas
por las manos que solía amar,
por las manos que solía amar.
Y así es que veo ojos distantes,
esperando por sus ojos
aparecer y encontrar los míos,
y como un caballero
me le aproximaré,
sonriendo a su sonrisa,
a las manos que solía amar;
a las manos que corto en lentitud.