Arcos

El cuerpo de Jano

Todos tenemos una herida como la del costado.
La mía es casi imperceptible sobre mi pecho
que llega a desaparecer con un gesto,
pero es tan profunda que atraviesa mi cuerpo.

La daga que atravesó mi ser tardó meses en penetrar
este cuerpo que alguna vez fue dureza y humildad
y que ahora el filo de la desdicha logró ablandar
la muralla rocosa de su amor y dignidad.

La sangre de mi herida no aflora por mi pecho,
corre por mi espalda cual río de plasma bermejo
como si las dos caras de Jano fuera mi cuerpo,
mostrando por un lado sonrisas y por el otro tormentos.

Pero en mi desahucio encontré mi contento,
porque cada gota de mi sangre es un ofrecimiento
por el amor que, aunque perdido,
me mantiene con vida en su recuerdo.