Alberto Escobar

Dido

 

 

 

 

 

 

Fuerzas sin nombre me han naufragado sobre
estas costas.

La pena por mi padre muerto me repleta la entraña.
Anquises yace bajo tierra en Sicilia, mi espalda
no ha perdido aún el cuenco del peso de su tullido
cuerpo, desde Troya en lo alto, abrazado como un
cordero dispuesto al sacrificio.

Intuyo por entre la neblina del cansancio cómo se
acerca una beldad, una diosa. Al llegar a mi alcance
me tiende solícita las palmas de sus blancas manos.
Me ofrece, sabedora de mí mismo, asilo, abrigo, afecto.
Noto que la misma fuerza me forja un camino, senda
hacia un amor inconcluso.

Esta fuerza acelera el rijo de mis años hasta fundirme
con ella, crisol inefable, antesala del abismo.
Entre las tinieblas de la noche, con el sueño inundando
la habitación, brotan voces silenciosas que anuncian hitos
con mi nombre, en tierras no tan lejanas pero distintas.

No quiero abandonar un amor que abarrota el vacío
cóncavo del partir paterno, tan reciente...
Noche tras noche se repite el sueño: ¡Eneas, debes partir,
apareja ya tu nave con tus hombres, el nacimiento de un
nuevo imperio te espera irremisible!

 

Tras veinte años de mismo sueño aquí me veis, al lado de mi
diosa, Dido, tan hermosa...
Hace algunos días que el mensaje que Morfeo acostumbraba
brilla por su ausencia.

Dido, que era visitada con el anuncio de su suicidio, disfruta
de cómo esa maldita reiteración cesaba.

 

 

Los dos vivimos una inmensa felicidad, el destino
terminó por cansarse.