Jotaquil

¿Qué pensarán las abuelas mientras ven las novelas?

Vidas viejas, vidas nuevas, mismas penas...

Rememorar aquel instante donde tu fuego me recorrió no es sano.

Mi espíritu en búsqueda de una iracunda verdad que lo libere, que lo desdoble, que no importe la huella, sino que se deje llevar por la estrella que desconoce.

Por aquella chispa de sentido que induce ante el lento llanto que se emana de mi alma.

En trasformar el más por el menos, irse aun lugar lejano donde la noche sea lo único que arrope mi ímpetu, donde las madrugadas sin dormir sean más soñadas que irse a dormir.

Construir versos a partir del sin sentir, despejar las malas ideas para que así el perderse entre líneas sea el único problema.

Noches de insomnio donde dios se cree demonio.

Un pergamino es lo que dejo para argumentar mi testimonio pues considero que todos los dogmas buscan algo contradictorio.

Solo quiero dejar mi respiro, solo quiero dejar mi mortuorio.

Esculpir las líneas que yacen desde los lugares ciegos, lugar inconsciente donde ocurre el fuego.

Solo siento armonía donde antes caían truenos, una calma suelta lo que me abruma, calma que se encuentra encriptada en la luna, hallé el código que me sacó de esa hambruna.

Aun así, prometo dejar los versos que nacen de mi miseria, para que todos los que me lean entiendan que escribiendo se puede transformar la materia.

Versos o versículos para que el que lea encuentre la paciencia.

En mis oscuras horas un cuervo habita en mi presencia.

Mis ojos ya no miran, esa es la consecuencia, de oscuros tramos perdido, épocas sin poder ver la trascendencia.

De largas horas sumergidas en mundos falsos reflejados por mi intolerancia.

Corazones rotos que escriben con elegancia.