Salvador Cano

Ilusión De una Noche.

Habían pasado ya unos cuantos siglos despúes de verla por ultima vez,

y yo aun necesitaba un milenio para poder olvidarla.

Vino a mi mente una tarde  donde mi corazón se hallaba en el desierto

Regando con su sangre una camelia que estaba florecida. 

 

Mi pensamiento me llevó hacia ella 

así como se dirige el alma a Dios cuando el cuerpo muere.

Recordaba su sonrisa, su ultima vez que me sonrió;

La ultima vez que sus manos tocaron mi espalda como si hubiese sido una guitarra destemplada  

en un recital sin canciones.

Hice memoria de la última palabra que me dijo y  su tonalidad, recuerdo, era un Do suspendido 4.

Era el acorde que mas amaba y así, en mis 3360 años, incluso intento recrearlo en un viejo piano que halle por ahí, no se donde. 

Recordé también el beso en el cachete que me dio, y el abrazo más largo que me pudo dar. Duró más que toda mi existencia y eso que aún sigo vivo.  Todo fue hermoso esa última vez.

 

Me gusta recordar su corto paso por mi vida. Si, fue como un espabilo de mis ojos, pero todo lo que hizo, cada cosa, 

lo escribo en un libro que, despúes de 3000 años, no logro acabar. 

 

Ella sucedió como el milagro que tanto le pedí a Dios en noches oscuras, solo, lleno de ilusión. 

Cuando aconteció el prodigio más apacible en mi vida, no volvió a anochecer.

Dios me oyó  y me pagó con ese pequeño instante que no olvido, pero me condenó a vivir por siempre, 

en un desierto de deseo, de ansias, de ganas, de anhelo, de recuerdos, donde ella, imposible, era mi única salvación.

 

Pero mi corazón espera, con fe y con certeza, que un día, cuando todo se vuelva a oscurecer, ella me de la libertad con sus besos, que tanto prurito.