Alejandro Tapia

Insomnio.

 

Insomnio.

 

 

Espero, quieto, hasta contengo la mirada.

Aunque el presentimiento me dice que sí y espero, no escucho voz alguna.

Sólo mi respiración agitada por el ataque de ansiedad en la hora más santa de la madrugada.

Pobre de mí en este momento en el que juro que mi vida acaba.

Que se compacta y se compacta, hasta que al final no quepo ni yo.

Obscuridad absoluta me devora, siento rasguños y mordidas en mis tobillos y mis axilas.

Y en la cama me revuelco entre tormentos, asfixias y ganas de llorar podrido porque lo que guardo ya es muy viejo,  muy fétido.

Kilos y kilos de recuerdos sepultándome después de ser desmenuzados por mis propias manos.

Siento el sismo, siento el estar dentro de la grieta luego;  y el correr  a través de mí, la luz, el agua y la sangre.

Me acuerdo de la muerte siempre y de su cara de lobo color morado obscuro con ojos blancos o amarillos.

Filosos dientes fríos que persiguen mi espalda y que me habrán de devorar y te habrán de devorar a ti también.

Y de nada sirve todo porque la vida es el rechinar de una puerta,  un breve grito.

Me sofoco, me falta espacio, todo el espacio del mundo, porque me descubro hundido en la pecera, me da claustrofobia la vida que me aprieta.

Últimamente parece genuina la idea de acabar con mi de por sí breve existencia.

Toda realidad carece de importancia y de sentido, mi tarea de poeta es recordar que es justo esa la verdad que elegimos para echar al fuego perpetuo del olvido.

El sol negro, infinito, se tragará y consumirá todo.

Quisiera ser un pétalo que aún perfumado y hermoso cae lentamente sobre la membrana de cristal de un tranquilo lago.

Pero no asimilo que soy más bien piedra lanzada a tal vacío que ni eco habrá.

Lo más frustrante es, ver la puerta y no abrirla aunque la mires de frente.

Negarnos a abrirla aunque no tenga camino fuera de estos versos ni haya encontrado menesteres.

Lo más frustrante es, ansiar llegar a anciano sólo por el mórbido hábito de coleccionar amaneceres.

Cómo éste que lentamente, casi perezoso, se chorrea limpiando la obscuridad que mis pupilas quemaba y va dejando un color azul muy pálido recién nacido, azul que me calma y que me avisa que el insomnio ya casi acaba.

 

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