argantonio

El vaho y la niebla

No había relojes, no eran necesarios, nos acostábamos

casi a la misma hora que los pájaros, a veces nos

despertábamos antes que ellos, dependía de la distancia

que hubiera con el tractor hasta el tajo, los niños habían

tomado algo de leche o café para calentar el estómago, hacía

un frío duro que quemaba, deseábamos empezar

la faena para desentumecérnos, algunos hombres se

habían tomado una copa de aguardiente y el vaho

se repartía`por la caja del tractor, el vaho se confundía

con la niebla de la mañana y el humo de algún cigarro

acompañado de alguna tos que no desaparecía

hasta que el primer sol fundiera la escarcha, solo se

oían los golpes del vareo, y algunos gritos monosílabos

hasta que al medio día, cuando los callos ya no dolían

se oían las primeras risas y alguna copla deseando

escapar del pecho nos alegraba bajo el amplio techo

de los olivos.