Irrumpe en los rellanos
donde reposa el silencio
un estrépito de labios
retumba en los negros agujeros
de la noche nacarada.
Un grito agudo de explosión se apaga
y un bronco estertor mutilado
encubre el acto de la entrega.
Bajo el golpe de una lluvia densa
el húmedo vidrio llora,
la luz es neblina de cansancio,
el hondo abismo representa
la entidad de dos cuerpos que se entregan
hasta la mordedura salvaje.
Desorden caótico de ebrias sabanas
perdura en esta alquimia de brebaje
apasionado, el vigor varea su fruto agitado.
Amanece sin hora este viaje,
donde las trochas de las comisuras
se impregnan de rojizas amapolas,
las manos digitales exploran sus fronteras
en un juego plástico de aguas,
rociadas pieles se condensan
y trepidan como usinas de alto voltaje
hasta que el pabilo consume su llama.
Por fuera el rigor de una tormenta implacable
no impone su vara a la necesidad huérfana
que improvisa el ágil pulso acelerado,
en el estrato se enervan dos hojas fluorescentes,
se inflaman en penumbra y resuellan
un amasijo de carne y polvareda
y se sueltan estridentes sonidos encarcelados.
De mi libro “PASIONARIO”
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