Adolfo Rodríguez

Peter Pan

Desde que mi sombra se hizo tuya,

ya solo supe andar de madrugada,

hablando con la noche,

sin claros de luna que interpreten tus miradas,

sin bóveda estrellada que haga eco a tus palabras,

sin la luz en tu ventana, que me traiga de regreso a casa…

 

El resto de mi tiempo en la ciudad del medio día,

mi “Nunca Jamás” cancerína, soleada y tropical,

se va entre niños sin padres cuyo único propósito es envejecer,

imitando gallos, irritando “Garfios”,

más temerosos, todos sí, por el “tic-tac” en el reloj

qué por las fauces del feroz cocodrilo,

caminando en fila india por la plancha del pirata,

saltando uno a uno al abismo de ese mar sin fondo

que es la vida diaria, la costumbre, la rutina…

 

Desde que mi sombra se hizo tuya,

y se disolvió infinitesimalmente hacia la nada,

desde el mal augurio de los pájaros de marzo, desde las urracas,

ya no sé emprender el vuelo,

no puedo distinguir mis más alegres pensamientos

y me he vuelto alérgico al polvo de todas las hadas,

sin más aplauso que despeje el cielo de tu sonrisa esmaltada,

sin un hechizo que me crezca alas con el vuelo de tus manos,

sin un sortilegio que resuelva el lastre de cualquier ¿quizás?...

 

Desde que tu sombra se hizo suya

y creció infinitamente hacia el oriente,

sesgando tu ruta de mi ruta, en tirana lejanía,

desde ese crudo invierno que te deshieló, desde esos días;

la luz difusa de este sol poniente,

que podó mi sombra de tu vida

y hacia el cual me exilias,

me hizo ver que no hay más “Wendy” en mis caminos

y en toda esta historia el único extravío, he sido yo…

 

El resto de tu tiempo en la isla maldita

de mi soledad, adicta al fracaso y a los cuentos breves,

tendré que seguirte el juego de la urbanidad,

imitando al Hombre, irritando el Ego,

más temeroso, en todo sí, por la duda en tu mirada,

que por las garras de la vida hetaira,

caminando día a día por la plancha del pirata,

saltando en rizo de infinito a ese abismo sin fondo

que es el mar, sin la esperanza de tu playa blanca…

 

Desde que tu sombra se hizo suya,

ya la noche no me habla,

ni encuentro el sentido de las madrugadas,

sin tu brillo que me aclare las lunadas,

sin tu voz que estrelle en eco mis palabras,

con la luz de tus miles de ventanas, confundiéndome el camino a casa…